domingo, 4 de marzo de 2018

09. “El Gozo de la Colaboración” EL CAMINO A CRISTO/EGW

 
DIOS es la fuente de vida, luz y gozo para el universo. Como los rayos de la luz del sol, como las corrientes de agua que brotan de un manantial vivo, las bendiciones descienden de él a todas sus criaturas. Y dondequiera que la Vida de Dios esté en el corazón de los hombres, inundará a otros de amor y bendición. El gozo de nuestro Salvador se cifraba en levantar y redimir a los hombres caídos. Para lograr este fin no consideró su vida como cosa preciosa, mas sufrió la cruz menospreciando la ignominia. Así los ángeles están siempre empeñados en trabajar por la felicidad de otros. Este es su gozo. 

Lo que los corazones egoístas considerarían un servicio degradante, servir a los que son infelices, y bajo todo aspecto inferiores a ellos en carácter y jerarquía, es la obra de los ángeles exentos de pecado.

 El espíritu de amor y abnegación de Cristo es el espíritu que llena los cielos y es la misma esencia de su gloria. Este es el espíritu que poseerán los discípulos de Cristo, la obra que harán. Cuando el amor de Cristo está guardado en el corazón, como dulce fragancia no puede ocultarse. Su santa influencia será percibida por todos aquellos con quienes nos relacionemos. 

El espíritu de Cristo en el corazón es como un manantial en un desierto, que se derrama para refrescarlo todo y despertar, en los 77 que ya están por perecer, ansias de beber del agua de la vida. El amor a Jesús se manifestará por el deseo de trabajar, como él trabajó, por la felicidad y elevación de la humanidad. Nos inspirará amor, ternura y simpatía por todas las criaturas que gozan del cuidado de nuestro Padre celestial. 

La vida terrenal del Salvador no fue una vida de comodidad y devoción a sí mismo, sino que trabajó con un esfuerzo persistente, ardiente, infatigable por la salvación de la perdida humanidad. Desde el pesebre hasta el Calvario, siguió la senda de la abnegación y no procuró estar libre de tareas arduas, duros viajes y penosísimo cuidado y trabajo. Dijo: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20: 28). 

Tal fue el gran objeto de su vida. Todo lo demás fue secundario y accesorio. Fue su comida y bebida hacer la voluntad de Dios y acabar su obra. No había amor propio ni egoísmo en su trabajo. 

Así también los que son participantes de la gracia de Cristo están dispuestos a hacer cualquier sacrificio a fin de que aquellos por los cuales él murió tengan parte en el don celestial. Harán cuanto puedan para que el mundo sea mejor por su permanencia en él. Este espíritu es el fruto seguro del alma verdaderamente convertida. 

Tan pronto como viene uno a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de hacer conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús; la verdad salvadora y 78 santificadora no puede permanecer encerrada en el corazón. Si estamos revestidos de la justicia de Cristo y rebosamos de gozo por la presencia de su Espíritu, no podremos guardar silencio. 

Si hemos probado y visto que el Señor es bueno, 
tendremos algo que decir a otros.  

Como Felipe cuando encontró al Salvador, invitaremos a otros a ir a él. Procuraremos hacerles presente los atractivos de Cristo y las invisibles realidades del mundo venidero. Anhelaremos ardientemente seguir en la senda que recorrió Jesús y desearemos que los que nos rodean puedan ver al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29). Y el esfuerzo por hacer bien a otros se tornará en bendiciones para nosotros mismos. 

Este fue el designio de Dios, al darnos una parte que hacer en el plan de la redención. El ha concedido a los hombres el privilegio de ser hechos participantes de la naturaleza divina y de difundir a su vez bendiciones para sus hermanos. Este es el honor más alto y el gozo más grande que Dios pueda conferir a los hombres. Los que así participan en trabajos de amor, se acercan más a su Creador. 

Dios podría haber encomendado el mensaje del Evangelio, y toda la obra del ministerio de amor, a los ángeles del cielo. Podría haber empleado otros medios para llevar a cabo su obra. Pero en su amor infinito quiso hacernos colaboradores con él, con Cristo y con los ángeles, para que participásemos de la bendición, del gozo y de la elevación espiritual que resultan de este abnegado ministerio. 79 Somos inducidos a simpatizar con Cristo, asociándonos a sus padecimientos. 

Cada acto de sacrificio personal por el bien de otros robustece el espíritu de caridad en el corazón y lo une más fuertemente al Redentor del mundo, quien, "siendo él rico, por vuestra causa se hizo pobre, para que vosotros, por medio de su pobreza, llegaseis a ser ricos' (2 Corintios 8: 9). 
Y solamente cuando cumplimos así el designio que Dios tenía al crearnos, puede la vida ser una bendición para nosotros. 

Si trabajáis como Cristo quiere que sus discípulos trabajen y ganen almas para él, sentiréis la necesidad de una experiencia más profunda y de un conocimiento más grande de las cosas divinas y tendréis hambre y sed de justicia. Abogaréis con Dios y vuestra fe se robustecerá; y vuestra alma beberá en abundancia de la fuente de la salud. El encontrar oposición y pruebas os llevará a la Biblia y a la oración. Creceréis en la gracia y en el conocimiento de Cristo y adquiriréis una rica experiencia. 

El trabajo desinteresado por otros da al carácter profundidad, firmeza y amabilidad parecidas a las de Cristo; trae paz y felicidad al que lo realiza. Las aspiraciones se elevan. No hay lugar para la pereza o el egoísmo. Los que de esta manera ejerzan las gracias cristianas crecerán y se harán fuertes para trabajar por Dios. Tendrán claras percepciones espirituales, una fe firme y creciente y un acrecentado poder en la oración. El Espíritu de Dios, que mueve su espíritu, pone en juego las sagradas 80 armonías del alma, en respuesta al toque divino. Los que así se consagran a un esfuerzo desinteresado por el bien de otros, están obrando ciertamente su propia salvación. 

El único modo de crecer en la gracia es haciendo desinteresadamente la obra que Cristo ha puesto en nuestras manos: comprometernos, en la medida de nuestra capacidad, a ayudar y beneficiar a los que necesitan la ayuda que podemos darles. 

La fuerza se desarrolla con el ejercicio; la actividad es la misma condición de la vida. Los que se esfuerzan en mantener una vida cristiana aceptando pasivamente las bendiciones que vienen por la gracia, sin hacer nada por Cristo, procuran simplemente vivir comiendo sin trabajar. 

Pero el resultado de esto, tanto en el mundo espiritual como en el temporal, es siempre la degeneración y decadencia. El hombre que rehusara ejercitar sus miembros pronto perdería todo el poder de usarlos.  

También el cristiano que no ejercita las facultades que Dios le ha dado, no solamente dejará de crecer en Cristo, sino que perderá la fuerza que tenía.

 La iglesia de Cristo es el agente elegido por Dios para la salvación de los hombres. Su misión es extender el Evangelio por todo el mundo. Y la obligación recae sobre todos los cristianos. Cada uno de nosotros, hasta donde lo permitan sus talentos y oportunidades, tiene que cumplir con la comisión del Salvador. El amor de Cristo que nos ha sido revelado nos hace deudores a cuantos no lo conocen. Dios nos dio luz no sólo para nosotros sino para que la derramemos sobre ellos. 81 Si los discípulos de Cristo comprendiesen su deber, habría mil heraldos del Evangelio a los gentiles donde hoy hay uno. 

Y todos los que no pudieran dedicarse personalmente a la obra, la sostendrían con sus recursos, simpatías y oraciones. Y habría de seguro más ardiente trabajo por las almas en los países cristianos. No necesitamos ir a tierras de paganos, ni aún dejar el pequeño círculo del hogar, si es ahí a donde el deber nos llama a trabajar por Cristo. Podemos hacer esto en el seno del hogar, en la iglesia, entre aquellos con quienes nos asociamos y con quienes negociamos. 

Nuestro Salvador pasó la mayor parte de su vida terrenal trabajando pacientemente en la carpintería de Nazaret. Los ángeles ministradores servían al Señor de la vida mientras caminaba con campesinos y labradores, desconocido y no honrado. El estaba cumpliendo su misión tan fielmente mientras trabajaba en su humilde oficio, como cuando sanaba a los enfermos o caminaba sobre las olas tempestuosas del mar de Galilea. 

Así, en los deberes más humildes y en las posiciones mas bajas de la vida, podemos andar y trabajar con Jesús. El apóstol dice: “Cada uno permanezca para con Dios en aquel estado en que fue llamado" (1 Corintios 7: 24).
 El hombre de negocios puede dirigir sus negocios de un modo que glorifique a su Maestro por su fidelidad. Si es verdadero discípulo de Cristo, pondrá en práctica su religión en todo lo que haga y revelará a los hombres el espíritu de Cristo. El obrero manual puede ser un diligente y fiel representante de Aquel 82 que se ocupó en los trabajos humildes de la vida entre las colinas de Galilea. Todo aquel que lleva el nombre de Cristo debe obrar de tal modo que los otros, viendo sus buenas obras, sean inducidos a glorificar a su Creador y Redentor. 

Muchos se excusan de poner sus dones al servicio de Cristo porque otros poseen mejores dotes y ventajas. Ha prevalecido la opinión de que solamente los que están especialmente dotados tienen que consagrar sus habilidades al servicio de Dios. 

Muchos han llegado a la conclusión de que el talento se da sólo a cierta clase favorecida, excluyendo a otros que, por supuesto, no son llamados a participar de las faenas ni de los galardones. Mas no lo indica así la parábola. Cuando el Señor de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno su trabajo. Con espíritu amoroso podemos ejecutar los deberes más humildes de la vida "como para el Señor" (Colosenses 3:23).

 Si tenemos el amor de Dios en nuestro corazón, se manifestará en nuestra vida. El suave olor de Cristo nos rodeará y nuestra influencia elevará y beneficiará a otros. No debéis esperar mejores oportunidades o habilidades extraordinarias para empezar a trabajar por Dios. No necesitáis preocuparos en lo más mínimo de lo que el mundo dirá de vosotros. 

Si vuestra vida diaria es un testimonio de la pureza y sinceridad de vuestra fe y los demás están convencidos de vuestros deseos de hacerles bien, vuestros esfuerzos no serán enteramente perdidos. 83 

Los más humildes y más pobres de los discípulos de Jesús pueden ser una bendición para otros. Pueden no echar de ver que están haciendo algún bien especial, pero por su influencia inconsciente pueden derramar bendiciones abundantes que se extiendan y profundicen, y cuyos benditos resultados no se conozcan hasta el día de la recompensa final. 

Ellos no sienten ni saben que están haciendo alguna cosa grande. No necesitan cargarse de ansiedad por el éxito. Tienen solamente que seguir adelante con tranquilidad, haciendo fielmente la obra que la providencia de Dios indique, y su vida no será inútil. Sus propias almas crecerán cada vez más a la semejanza de Cristo; son colaboradores de Dios en esta vida, y así se están preparando para la obra más elevada y el gozo sin sombra de la vida venidera. 84

(El Camino a Cristo de EGW)


08. “El Secreto del Crecimiento” (La Santificación) EL CAMINO A CRISTO/EGW


EN LA Biblia se llama nacimiento al cambio de corazón por el cual somos hechos hijos de Dios. 
También se lo compara con la germinación de la buena semilla sembrada por el labrador. De igual modo los que están recién convertidos a Cristo, son como "niños recién nacidos", "creciendo" (1Pedro 2:2; Efesios 4:15). A la estatura de hombres en Cristo Jesús. Como la buena simiente en el campo, tienen que crecer y dar fruto. Isaías dice que serán "llamados árboles de justicia, plantados por Jehová mismo, para que él sea glorificado" 
(Isaías 61:3). 

Del mundo natural se sacan así ilustraciones para ayudarnos a entender mejor las verdades misteriosas de la vida espiritual. Toda la sabiduría e inteligencia de los hombres no puede dar vida al objeto más pequeño de la naturaleza. Solamente por la vida que Dios mismo les ha dado pueden vivir las plantas y los animales. 

Asimismo es solamente mediante la vida de Dios como se engendra la vida espiritual en el corazón de los hombres. Si el hombre no "naciere de nuevo" (Juan 3:3), no puede ser hecho participante de la vida que Cristo vino a dar. Lo que sucede con la vida, sucede con el crecimiento. 

Dios es el que hace florecer el 67 capullo y fructificar las flores. Su poder es el que hace a la simiente desarrollar "primero hierba, luego espiga, luego grano lleno en la espiga" (Marcos 4: 28). 
El profeta Oseas dice que Israel "echará flores como el lirio". "Serán revivificados como el trigo, y florecerán como la vid" (Oseas 14: 5, 7). Y Jesús nos dice: "¡Considerad los lirios, cómo crecen!" 
(Lucas 12:27). 

Las plantas y las flores crecen no por su propio cuidado o solicitud o esfuerzo, 
sino porque recibe lo que Dios ha proporcionado para que les dé vida. 

El niño no puede por su solicitud o poder propio añadir algo a su estatura. Ni vosotros podréis por vuestra solicitud o esfuerzo conseguir el crecimiento espiritual. La planta y el niño crecen al recibir de la atmósfera que los rodea aquello que les da vida: el aire, el sol y el alimento. Lo que estos dones de la naturaleza son para los animales y las plantas, es Cristo para los que confían en él. El es su "luz eterna", "escudo y sol" (Isaías 60: 19; Salmo 84: 11). Será como el "rocío a Israel". "Descenderá como la lluvia sobre el césped cortado" (Oseas 14: 5; Salmo 72: 6). 
El es el agua viva, "el pan de Dios. . . que descendió del cielo, y da vida al mundo" (Juan 6: 33). 

En el don incomparable de su Hijo, ha rodeado Dios al mundo entero en una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del globo. Todos los que quisieren respirar esta atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús. 68 Como la flor se torna hacia el sol, a fin de que los brillantes rayos la ayuden a perfeccionar su belleza y simetría, así debemos tornarnos hacia el Sol de Justicia, a fin de que la luz celestial brille sobre nosotros, para que nuestro carácter se transforme a la imagen de Cristo. 

Jesús enseña la misma cosa cuando dice: “¡Permaneced en mí, y yo en vosotros! Como no puede el sarmiento llevar fruto de sí mismo, si no permaneciera en la vid, así tampoco vosotros, si no permaneciereis en mí.... Porque separados de mí nada podéis hacer' (Juan 15:4, 5). Así también vosotros necesitáis del auxilio de Cristo, para poder vivir una vida santa, como la rama depende del tronco principal para su crecimiento y fructificación. Fuera de él no tenéis vida. 

"No hay poder en vosotros para resistir la tentación 
 o para crecer en la gracia o en la santidad. 
Morando en él podéis florecer". 

Recibiendo vuestra vida de él, no os marchitaréis ni seréis estériles. 
Seréis como el árbol plantado junto a arroyos de aguas. 

Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la obra solos. Ya han confiado en Cristo para el perdón de sus pecados, pero ahora procuran vivir rectamente por sus propios esfuerzos. Mas tales esfuerzos se desvanecerán. Jesús dice: “Porque separados de mí nada podéis hacer". 

Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo. Solamente estando en comunión con él diariamente, a cada hora permaneciendo en él, es como hemos de crecer en la gracia. 

El no es solamente el 69 autor sino también el consumador de nuestra fe. Cristo es el principio, el fin, la totalidad. Estará con nosotros no solamente al principio y al fin de nuestra carrera, sino en cada paso del camino. David dice: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque estando él a mi diestra, no resbalaré" (Salmo 16: 8). Preguntaréis, tal vez: “¿Cómo permaneceremos en Cristo? " Del mismo modo en que lo recibisteis al principio. 
"De la manera, pues que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él". "El justo... vivirá por la fe' 
(Colosenses 2: 6; Hebreos 10: 38).

 Habéis profesado daros a Dios, con el fin de ser enteramente suyos, para servirle y obedecerle, y habéis aceptado a Cristo como vuestro Salvador. No podéis por vosotros mismos expiar vuestros pecados o cambiar vuestro corazón; mas habiéndoos entregado a Dios, creísteis que por causa de Cristo él hizo todo esto por vosotros. Por la fe llegasteis a ser de Cristo, y por la fe tenéis que crecer en él dando y tomando a la vez. Tenéis que darle todo: el corazón, la voluntad, la vida, daros a él para obedecer todos sus requerimientos; y debéis tomar todo: a Cristo, la plenitud de toda bendición, para que habite en vuestro corazón y para que sea vuestra fuerza, vuestra justicia, vuestra eterna ayuda, a fin de que os dé poder para obedecerle. 

Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: “Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi 70 obra hecha en ti". Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios y será cada vez mas semejante a la de Cristo. 

La vida en Cristo es una vida de reposo. 
Puede no haber éxtasis de la sensibilidad, 
pero debe haber una confianza continua y apacible. 
Vuestra esperanza no está en vosotros; está en Cristo. 
Vuestra debilidad está unida a su fuerza, 
vuestra ignorancia a su sabiduría, 
vuestra fragilidad a su eterno poder. 

Así que no debéis miraros a vosotros, ni depender de vosotros, mas mirad a Cristo. Pensad en su amor, en su belleza y en la perfección de su carácter. Cristo en su abnegación, Cristo en su humillación, Cristo en su pureza y santidad, Cristo en su incomparable amor: esto es lo que debe contemplar el alma. Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de él, es como seréis transformados a su semejanza. Jesús dice: “Permaneced en mí" Estas palabras dan idea de descanso, estabilidad, confianza. También nos invita: “¡Venid a mí... y os daré descanso!" (Mateo 11: 28). 

Las palabras del salmista expresan el mismo pensamiento: "Confía calladamente en Jehová, y espérale con paciencia". E Isaías asegura que "en quietud y confianza será vuestra fortaleza" (Salmo 37: 7; 
Isaías 30: 15). 

Este descanso no se funda en la inactividad: porque en la invitación del Salvador la promesa de descanso está unida con el llamamiento al trabajo: 71 "Tomad mi yugo sobre vosotros, y ... hallaréis descanso". (Mateo 11:29). 
El corazón que más plenamente descansa en Cristo es el mas ardiente y activo en el trabajo para él. Cuando el hombre dedica muchos pensamientos a sí mismo, se aleja de Cristo: manantial de fortaleza y vida. 

Por esto Satanás se esfuerza constantemente por mantener la atención apartada del Salvador e impedir así la unión y comunión del alma con Cristo. Los placeres del mundo, los cuidados de la vida Y sus perplejidades y tristezas, las faltas de otros o vuestras propias faltas e imperfecciones: hacia alguna de estas cosas, o hacia todas ellas, procura desviar la mente. No seáis engañados por sus maquinaciones. 
A muchos que son realmente concienzudos y que desean vivir para Dios, los hace también detenerse a menudo en sus faltas y debilidades, y al separarlos así de Cristo, espera obtener la victoria.  

No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no. Todo esto es lo que desvía el alma de la Fuente de nuestra fortaleza. Encomendad vuestra alma al cuidado de Dios y confiad en él. Hablad de Jesús y pensad en él. Piérdase en él vuestra personalidad. Desterrad toda duda; disipad vuestros temores. Decid con el apóstol Pablo: “Vivo; mas no ya yo, sino que Cristo vive en mí: y aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mí' (Gálatas 2: 20). 

Reposad en Dios. El puede guardar lo que le habéis confiado. Si os 72 ponéis en sus manos, él os hará más que vencedores por Aquel que nos amó. Cuando Cristo se humanó, se unió a sí mismo a la humanidad con un lazo de amor que jamás romperá poder alguno, salvo la elección del hombre mismo. 

Satanás constantemente nos presenta engaños para inducirnos a romper este lazo: elegir separarnos de Cristo. Sobre esto necesitamos velar, luchar, orar, para que ninguna cosa pueda inducirnos a elegir otro maestro; pues estamos siempre libres para hacer esto. Más tengamos los ojos fijos en Cristo, y él nos preservará. Confiando en Jesús estamos seguros. Nada puede arrebatarnos de su mano. Mirándolo constantemente, "somos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor' (2 Corintios 3: 18).

 Así fue como los primeros discípulos se hicieron semejantes a nuestro Salvador. Cuando ellos oyeron las palabras de Jesús, sintieron su necesidad de él. Lo buscaron, lo encontraron, lo siguieron. Estaban con él en la casa, a la mesa, en su retiro, en el campo. Estaban con él como discípulos con un maestro, recibiendo diariamente de sus labios lecciones de santa verdad. Lo miraban como los siervos a su señor, para aprender sus deberes. Aquellos discípulos eran hombres sujetos "a las mismas debilidades que nosotros" (Santiago 5: 17). Tenían la misma batalla con el pecado. Necesitaban la misma gracia, a fin de poder vivir una vida santa. 

Aun Juan, el discípulo amado, el que más plenamente llegó a reflejar la imagen del 73 salvador, no poseía naturalmente esa belleza de carácter. No solamente hacía valer sus derechos y ambicionaba honores, sino que era impetuoso y se resentía bajo las injurias. Más cuando se le manifestó el carácter de Cristo, vio sus defectos y el conocimiento de ellos lo humilló. La fortaleza y la paciencia, el poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre que él vio en la vida diaria del Hijo de Dios, llenaron su alma de admiración y amor. De día en día era su corazón atraído hacia Cristo, hasta que se olvidó de sí mismo por amor a su Maestro. Su genio, resentido y ambicioso, cedió al poder transformador de Cristo. La influencia regeneradora del Espíritu Santo renovó su corazón. El poder del amor de Cristo transformó su carácter. Este es el resultado seguro de la unión con Jesús.

 Cuando Cristo habita en el corazón, la naturaleza entera se transforma. El Espíritu de Cristo y su amor, ablandan el corazón, someten el alma y elevan los pensamientos y deseos a Dios y al cielo. 

Cuando Cristo ascendió a los cielos, la sensación de su presencia permaneció aún con los que le seguían. Era una presencia personal, llena de amor y luz. Jesús, el Salvador, que había andado y conversado y orado con ellos, que había hablado a sus corazones palabras de esperanza y consuelo, fue arrebatado de ellos al cielo mientras les comunicaba aún un mensaje de paz, y los acentos de su voz: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20), llegaban todavía a ellos, cuando una nube de ángeles lo recibió. 74 Había ascendido al cielo en forma humana. Sabían que estaba delante del trono de Dios, como Amigo y Salvador suyo todavía; que sus simpatías no habían cambiado; que estaba aún identificado con la doliente humanidad. Estaba presentando delante de Dios los méritos de su propia sangre, estaba mostrándole sus manos y sus pies traspasados, como memoria del precio que había pagado por sus redimidos. Sabían que él había ascendido al cielo para prepararles lugar y que vendría otra vez para llevarlos consigo. 

Al congregarse después de su ascensión, estaban ansiosos de presentar sus peticiones al Padre en el nombre de Jesús. Con solemne temor se postraron en oración, repitiendo la promesa: "Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo" (Juan 16:23,24). Extendieron más y más la mano de la fe presentando aquel poderoso argumento: "¡Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que fue levantado de entre los muertos; el que está a la diestra de Dios; el que también intercede por nosotros!" (Romanos 8:34).

Y en el día de Pentecostés vino a ellos la presencia del Consolador, del cual Cristo había dicho: “Estará en vosotros". Y les había dicho más: "Os conviene que yo vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os le enviaré" (Juan 14: 17; 16: 7). Y desde aquel día Cristo había de morar continuamente por el Espíritu en el corazón 75 de sus hijos. Su unión con ellos era más estrecha que cuando él estaba personalmente con ellos. La luz, el amor y el poder de la presencia de Cristo resplandecían en ellos, de tal manera que los hombres, mirándolos, "se maravillaban; y al fin los reconocían, que eran de los que habían estado con Jesús" (Hechos 4: 13). 

Todo lo que Cristo fue para sus primeros discípulos, desea serlo para sus hijos hoy; porque en su última oración, realizada con el pequeño grupo de discípulos que reunió a su alrededor, dijo: “No ruego solamente por éstos, sino por aquellos también que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos" (Juan 17: 20). 

Jesús oró por nosotros y pidió que fuésemos uno con él, así como él es uno con el Padre. ¡Qué unión tan preciosa! El Salvador había dicho de sí mismo: “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo", "el Padre, morando en mí, hace sus obras" (Juan 5: 19; 14: 10). De modo que si Cristo está en nuestro corazón, obrará en nosotros "así el querer como el obrar a causa de su buena voluntad" (Filipenses 2:13). Trabajaremos como trabajó él; manifestaremos el mismo espíritu. Y amándole y morando en él así, creceremos "en todos respectos en el que es la Cabeza, es decir, en Cristo" (Efesios 4: 15). 76

(El Camino a Cristo de EGW)