viernes, 8 de febrero de 2013

06. “Maravillas Obradas por la Fe” (Arrepentimiento, Confesión y Perdón) EL CAMINO A CRISTO


A MEDIDA que vuestra conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo habéis visto algo de la perversidad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miráis con aborrecimiento. Veis que el pecado os ha separado de Dios y que estáis bajo la servidumbre del poder del mal. Cuanto más lucháis por escaparos, tanto más comprendéis vuestra impotencia. Vuestros motivos son impuros, vuestro corazón está corrompido. Veis que vuestra vida ha estado colmada de egoísmo y pecado. Ansiáis ser perdonados, limpiados y libertados.

 ¿Qué podéis hacer para obtener la armonía con Dios y la semejanza a él? 
Lo que necesitáis es paz: el perdón, la paz y el amor del cielo en el alma. 

No se los puede comprar con dinero, la inteligencia no los puede obtener, la sabiduría no los puede alcanzar; nunca podéis esperar conseguirlos por vuestro propio esfuerzo. Mas Dios os lo ofrece como un don, "sin dinero y sin precio" (Isaías 55: 1). Son vuestros, con tal que extendáis la mano para tomarlos. El Señor dice: "¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!" (Isaías 1: 18) "También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros" (Ezequiel 36: 26). 50

Habéis confesado vuestros pecados y los habéis quitado de vuestro corazón. Habéis resuelto entregaros a Dios. Id pues a él y pedidle que os limpie de vuestros pecados y os dé un corazón nuevo. Creed que lo hará porque lo ha prometido. Esta es la lección que Jesús enseñó durante el tiempo que estuvo en la tierra: que debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete y que es nuestro. Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver, inspirándoles así confianza en él tocante a las cosas que no podían ver, induciéndolos a creer en su poder de perdonar pecados. Establece esto claramente en el caso del paralítico: "Mas para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): ¡Levántate, toma tu cama y vete a tu casa!" (S. Mateo 9: 6). 

Así también Juan el evangelista, al hablar de los milagros de Cristo, dice: "Estas empero han sido escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" 
(Juan 20:31). 

 Del simple relato de la Biblia de cómo Jesús sanaba a los enfermos podemos aprender algo acerca del modo de ir a Cristo para que nos perdone nuestros pecados. Veamos ahora el caso del paralítico de Betesda. Este pobre enfermo estaba imposibilitado; no había usado sus miembros por treinta y ocho años. Con todo, Jesús le dijo: "¡Levántate, alza tu camilla, y anda!" El paralítico podría haber dicho: "Señor, si me sanas primero, obedeceré tu palabra". Pero no; creyó a la palabra de Cristo, 51 creyó que estaba sano, e hizo el esfuerzo en seguida; quiso andar y anduvo. Confió en la palabra de Cristo y Dios le dio el poder. 

Así quedó completamente sano. Así también tú eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Más Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo. Crees en esa promesa. Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Quieres servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa, si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suplirá el hecho; estás sano, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que había sido sanado. Así es si así lo crees. No esperes sentir que estás sano, mas di: "Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido". Dice Jesús: "Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis" (S. Marcos 11: 24). 

Hay una condición en esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos de pecado, hacernos hijos suyos y ponernos en actitud de vivir una vida santa. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Es nuestro privilegio ir a Jesús para que nos limpie, y estar en pie delante de la ley sin confusión ni remordimiento. "Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:1). 52 De modo que ya no sois vuestros; porque comprados sois por precio. "Sabiendo que fuisteis redimidos, . . . no con cosas corruptibles, como plata y oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado". (1 S. Pedro 1: 18, 19) 

Por el simple hecho de creer en Dios, el Espíritu Santo ha engendrado una vida nueva en vuestro corazón. Sois como un niño nacido en la familia de Dios, y él os ama como a su Hijo. Ahora bien, ya que os habéis consagrado a Jesús, no volváis atrás, no os separéis de él, mas todos los días decid: "Soy de Cristo; pertenezco a él"; y pedidle que os dé su Espíritu y que os guarde por su gracia. Puesto que es consagrándoos a Dios y creyendo en él como sois hechos sus hijos, así también debéis vivir en él. Dice el apóstol: "De la manera, pues que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él" (Colosenses 2: 6). Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. 

Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza. 53 Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús les perdona personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es el privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. 

Alejad la sospecha de que las promesas de Dios no son para vosotros. Son para todo pecador arrepentido. Cristo ha provisto fuerza y gracia para que los ángeles ministradores las lleven a toda alma creyente. Ninguno hay tan malvado que no encuentre fuerza, pureza y justicia en Jesús, que murió por los pecadores. El está esperándolos para cambiarles los vestidos sucios y corrompidos del pecado por las vestiduras blancas de la justicia; les da vida y no perecerán.

 Dios no nos trata como los hombres se tratan entre sí. Sus pensamientos son pensamientos de misericordia, de amor y de la más tierna compasión. El dice: "¡Deje el malo su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, porque es grande en perdonar!" "He borrado, como nublado, tus transgresiones, y como una nube tus pecados". (Isaías 55: 7; 44: 22)

 "No me complazco en la muerte del que muere, dice Jehová el Señor: ¡volveos pues, y vivid!" (Ezequiel 18: 32). 
Satanás está pronto para quitarnos la bendita seguridad que Dios nos da. Desea quitarnos toda vislumbre de esperanza y todo rayo de luz del alma; mas no se lo permitáis. No prestéis oído al tentador, antes decid: "Jesús ha muerto para que yo viva. Me ama y no 54 quiere que perezca. Tengo un Padre celestial muy compasivo; y aunque he abusado de su amor, aunque he disipado las bendiciones que me ha dado, me levantaré e iré a mi Padre y le diré: "¡Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: haz que yo sea como uno de tus jornaleros!" En la parábola vemos cómo será recibido el extraviado: "Y estando todavía lejos, le vio su padre; y conmoviéronsele las entrañas; y corrió, y le echó los brazos al cuello, y le besó'
(Lucas 15:18 - 20). 

 Más aún esta parábola, tan tierna y conmovedora, es apenas un reflejo de la compasión de nuestro Padre celestial. El Señor declara por su profeta: "Con amor eterno te he amado, por tanto te he extendido mi misericordia' (Jeremías 31: 3). Cuando el pecador está aún lejos de la casa de su padre desperdiciando su hacienda en un país extranjero, el corazón del Padre se compadece de él; y cada deseo profundo de volver a Dios, despertado en el alma, no es sino la tierna invitación de su Espíritu, que insta, ruega y atrae al extraviado al seno amorosísimo de su Padre. 

Con tan preciosas promesas bíblicas delante de vosotros, ¿podéis dar lugar a la duda? ¿Podéis creer que cuando el pobre pecador desea volver, desea abandonar sus pecados, el Señor le impide decididamente que venga arrepentido a sus pies? ¡Fuera con tales pensamientos! 

Nada puede destruir más vuestra propia alma que tener tal concepto de vuestro Padre celestial. El aborrece el pecado, mas ama al pecador, 55 habiéndose dado, en la persona de Cristo, para que todos los que quieran puedan ser salvos y tener bendiciones eternas en el reino de gloria. ¿Qué lenguaje más tierno o más fuerte podría haberse empleado que el elegido por él para expresar su amor hacia nosotros? El declara: "¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante, de modo que no tenga compasión del hijo de sus entrañas? ¡Aún las tales le pueden olvidar; mas no me olvidaré yo de ti!' (Isaías 49: 15). 

Alzad la vista los que vaciláis y tembláis; porque Jesús vive para interceder por nosotros. Agradeced a Dios por el don de su Hijo amado y pedid que no haya muerto en vano por vosotros. Su Espíritu os invita hoy. Id con todo vuestro corazón a Jesús y demandad sus bendiciones. 

Cuando leáis las promesas, recordad que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El gran corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. "En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados" (Efesios 1: 7). Sí, creed tan sólo que Dios es vuestro ayudador. El quiere restituir su imagen moral en el hombre. Acercaos a él con confesión y arrepentimiento y él se acercará a vosotros con misericordia y perdón. 56

(El Camino a Cristo de E.G. White)

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