sábado, 15 de diciembre de 2018

13. La Fuente de Regocijo y Felicidad/EL CAMINO A CRISTO/EGW


 Los hijos de Dios están llamados a ser representantes de Cristo y a mostrar siempre la bondad y la misericordia del Señor. Como Jesús nos reveló el verdadero carácter del Padre, así tenemos que revelar a Cristo a un mundo que no conoce su ternura y piadoso amor. "De la manera que tú me enviaste a mí al mundo -decía Jesús-, así también yo los he enviado a ellos al mundo". "Yo en ellos, y tú en mí,... para que conozca el mundo que tú me enviaste" (Juan 17:18, 23). El apóstol Pablo dice a los discípulos de Jesús: "Sois manifiestamente una epístola de Cristo", "conocida y leída de todos los hombres" (2 Cor. 3:3,2). 
En cada uno de sus hijos, Jesús envía una carta al mundo. Si sois discípulos de Cristo, él envía en vosotros una carta a la familia, al pueblo, a la calle donde vivís. Jesús que mora en vosotros, quiere hablar a los corazones que no lo conocen. 

Tal vez no leen la Biblia o no oyen la voz que les habla en sus páginas; no ven el amor de Dios en sus obras. Mas si eres un verdadero representante de Jesús, puede ser que por ti sean inducidos a conocer algo de su bondad y sean ganados para amarlo y servirlo. Los cristianos son como portaluces en el camino al cielo. Tienen que reflejar sobre el mundo 117 la luz de Cristo que brilla sobre ellos. Su vida y su carácter deben ser tales que por ellos adquieran otros una idea justa de Cristo y de su servicio. Si representamos verdaderamente a Cristo, haremos que su servicio parezca atractivo, como es en realidad.

 Los cristianos que llenan su alma de amargura y tristeza, murmuraciones y quejas, están representando ante otros falsamente a Dios y la vida cristiana. Hacen creer que Dios no se complace en que sus hijos sean felices, y en esto dan falso testimonio contra nuestro Padre celestial. Satanás triunfa cuando puede inducir a los hijos de Dios a la incredulidad y al desaliento. Se regocija cuando nos ve desconfiar de Dios, dudando de su buena voluntad y de su poder para salvarnos. Le agrada hacernos sentir que el Señor nos hará daño por sus providencias. Es la obra de Satanás representar al Señor como falto de compasión y piedad. Tergiversa la verdad respecto a él. Llena la imaginación de ideas falsas tocante a Dios; y en vez de espaciarnos en la verdad con respecto a nuestro Padre celestial, muchísimas veces fijamos la mente en las falsas representaciones de Satanás y deshonramos a Dios desconfiando de él y murmurando contra él. 

Satanás siempre procura presentar la vida religiosa como una vida de tinieblas. Desea hacerla aparecer penosa y difícil; y cuando el cristiano, por su incredulidad, presenta en su vida la religión bajo este aspecto, secunda la falsedad de Satanás. Muchos al recorrer el camino de la vida, fijan sus ojos en sus errores, fracasos y desengaños, 118 y sus corazones se llenan de dolor y desaliento. Mientras estaba yo en Europa, una hermana que había estado haciendo esto y que se hallaba profundamente apenada, me escribió pidiéndome algunos consejos que la animaran. La noche que siguió a la lectura de su carta, soñé que estaba yo en un jardín y que uno, al parecer dueño del jardín, me conducía por los caminos del mismo. Yo estaba recogiendo flores y gozando de su fragancia, cuando esta hermana, que había estado caminando a mi lado, me llamó la atención a algunos feos zarzales que le estorbaban el paso. Allí estaba ella afligida y llena de pesar. No iba por el camino siguiendo al guía, sino que caminaba entre espinas y abrojos. "¡Oh!" murmuró ella, "¿no es una lástima que este hermoso jardín esté echado a perder por las espinas?" Entonces el que nos guiaba dijo: "No hagáis caso de las espinas, porque solamente os molestarán. Cortad las rosas, los lirios y los claveles". 

¿No ha habido en vuestra experiencia algunas horas felices? ¿No habéis tenido algunos momentos preciosos en que vuestro corazón ha palpitado de gozo respondiendo al Espíritu de Dios? Cuando abrís el libro de vuestra experiencia pasada, ¿no encontráis algunas páginas agradables? ¿No son las promesas de Dios fragantes flores que crecen a cada lado de vuestro camino? ¿No permitiréis que su belleza y dulzura llenen vuestro corazón de gozo? Las espinas y abrojos únicamente os herirán y causarán dolor; y si vosotros recogéis solamente estas cosas y las presentáis a otros, ¿no estáis, además de menospreciar la bondad de Dios, 119 impidiendo que los demás anden en el camino de la vida? 

No es bueno reunir todos los recuerdos desagradables de la vida pasada, sus iniquidades y desengaños, hablar de estos recuerdos y llorarlos hasta estar abrumados de desaliento. El hombre desalentado está lleno de tinieblas, echa fuera de su propio corazón la luz divina y proyecta sombra en el camino de los otros. Gracias a Dios que nos ha presentado hermosísimos cuadros. Reunamos las pruebas benditas de su amor y tengámoslas siempre presentes. El Hijo de Dios que deja el trono de su Padre y reviste su divinidad con la humanidad para poder rescatar al hombre del poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor, que abre el cielo a los pecadores y revela a la vista humana la morada donde la Divinidad descubre su gloria; la raza caída, levantada de lo profundo de la ruina en que Satanás la había sumergido, puesta de nuevo en relación con el Dios infinito, vestida de la justicia de Cristo y exaltada hasta su trono después de sufrir la prueba divina por la fe en nuestro Redentor: tales son las cosas que Dios quiere que contemplemos. 

Cuando parece que dudamos del amor de Dios y que desconfiamos de sus promesas, 
lo deshonramos y contristamos su Santo Espíritu. 

¿Cómo se sentiría una madre si sus hijos estuvieran quejándose constantemente de ella, como si no tuviera buenas intenciones para con ellos, cuando el esfuerzo de su vida entera hubiese sido fomentar sus intereses y proporcionarles comodidades? Suponed que dudaran de su amor: quebrantarían su corazón. ¿Cómo se sentiría 120 un padre si así lo trataran sus hijos? ¿Y cómo puede mirarnos nuestro Padre celestial cuando desconfiamos de su amor, que le ha inducido a dar a su Hijo unigénito para que tengamos vida. El apóstol dice: "El que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos ha de dar también de pura gracia todas las cosas?" (Romanos 3: 32).

Y sin embargo, cuántos están diciendo con sus hechos si no con sus palabras: "El Señor no dijo esto para mí. 
Tal vez ame a otros, pero a mí no me ama". Todo esto esta destruyendo vuestra propia alma, pues cada palabra de duda que proferís da lugar a las tentaciones de Satanás; hace crecer en vosotros la tendencia a dudar y es un agravio de parte vuestra a los ángeles ministradores. 

Cuando Satanás os tiente, no salga de vosotros ninguna palabra de duda o tinieblas. Si elegís abrir la puerta a sus sugestiones, se llenará vuestra mente de desconfianza y rebelión. Si habláis de vuestros sentimientos, cada duda que expreséis no reaccionará solamente sobre vosotros, sino que será una semilla que germinará y dará fruto en la vida de otros, y tal vez sea imposible contrarrestar la influencia de vuestras palabras. Tal vez podáis reponeros vosotros de la hora de la tentación y del lazo de Satanás; mas puede ser que otros que hayan sido dominados por vuestra influencia, no puedan escapar de la incredulidad que hayáis insinuado. ¡Cuanto importa que hablemos solamente las cosas que den fuerza espiritual y vida! 121

 Los ángeles están atentos para oír qué clase de informe dais al mundo acerca de vuestro Señor. Conversad de Aquel que vive para interceder por nosotros ante el Padre. Esté la alabanza de Dios en vuestros labios y corazones cuando estrechéis la mano de un amigo. Esto atraerá sus pensamientos a Jesús. 
Todos tenemos pruebas, aflicciones duras que sobrellevar y tentaciones fuertes que resistir. Pero no las contéis a los mortales, antes llevad todo a Dios en oración. Tengamos por regla el no proferir nunca palabras de duda o desaliento. Si hablamos palabras de santo gozo y de esperanza, podremos hacer mucho más para alumbrar el camino de otros y fortalecer sus esfuerzos. 

 Hay muchas almas valientes, en extremo acosadas por la tentación, casi a punto de desmayar en el conflicto que sostienen con ellas mismas y con las potencias del mal. No las desalentéis en su dura lucha. Alegradlas con palabras de valor, ricas en esperanza, que las impulsen por su camino. De este modo la luz de Cristo resplandecerá en vosotros. "Ninguno de nosotros vive para sí" (Romanos 14: 7). Por vuestra influencia inconsciente pueden los demás ser alentados y fortalecidos o desanimados y apartados de Cristo y de la verdad. Hay muchos que tienen ideas muy erróneas sobre la vida y el carácter de Cristo. Piensan que carecía de calor y alegría, que era austero, severo y triste. Para muchos toda la vida religiosa se presenta bajo este aspecto sombrío. 122 Se dice a menudo que Jesús lloraba, pero que nunca se supo que haya sonreído. 

Nuestro Salvador fue a la verdad un varón de tristezas y dolores, porque abrió su corazón a todas las miserias de los hombres. Pero aunque su vida era abnegada y llena de dolores y cuidados, su espíritu no quedaba abrumado por ellos. En su rostro no se veía una expresión de amargura o dolor, sino siempre de paz y serenidad. Su corazón era un manantial de vida. Y dondequiera iba, llevaba descanso y paz, gozo y alegría. Nuestro Salvador fue profunda e intensamente serio, pero nunca sombrío o huraño. 

La vida de los que lo imitan estará por cierto llena de propósitos serios; tendrán un profundo sentido de su responsabilidad personal. Reprimirán la inconsiderada liviandad; entre ellos no habrá júbilo tumultuoso, ni bromas groseras; pues la religión de Jesús da paz como un río. No extingue la luz del gozo, ni impide la jovialidad, ni oscurece el rostro alegre y sonriente. Cristo no vino para ser servido sino para servir; y cuando su amor reine en nuestro corazón, seguiremos su ejemplo. 

Si tenemos siempre presentes las acciones egoístas e injustas de otros, encontraremos que es imposible amarlos como Cristo nos ha amado; pero si nuestros pensamientos se espacian continuamente en el maravilloso amor y piedad de Cristo por nosotros, manifestaremos el mismo espíritu para con los demás. Debemos amarnos y respetarnos mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no podemos menos que observar. Debemos cultivar la humildad y la desconfianza en nosotros mismos y una paciencia 123 llena de ternura para con las faltas ajenas. Esto destruye toda clase de egoísmo y nos hace de corazón grande y generoso. El salmista dice: "Confía en Jehová y obra el bien; habita tranquilo en la tierra, y apaciéntate de la verdad" (Salmo 37:3). "Confía en Jehová". Cada día trae sus aflicciones, sus cuidados y perplejidades; y cuando los encontramos, ¡cuán prontos estamos para hablar de ellos! 

Tantas penas imaginarias intervienen, tantos temores se abrigan, tal peso de ansiedades se manifiesta que cualquiera podría suponer que no tenemos un Salvador poderoso y misericordioso, dispuesto a oír todas nuestras peticiones y a ser nuestro protector constante en cada hora de necesidad. Algunos temen siempre y toman cuitas prestadas. Todos los días están rodeados de las prendas del amor de Dios, todos los días gozan de las bondades de su providencia, pero pasan por alto estas bendiciones presentes. 

Sus mentes están siempre espaciándose en algo desagradable que temen que venga. Puede ser que realmente existan algunas dificultades que, aunque pequeñas, ciegan sus ojos a las muchas bendiciones que demandan gratitud. Las dificultades con que tropiezan, en vez de guiarlos a Dios, única fuente de todo bien, los alejan de él, porque despiertan desasosiego y pesar. 
¿Hacemos bien en ser así incrédulos? ¿Por qué ser ingratos y desconfiados? Jesús es nuestro amigo; todo el cielo está interesado en nuestro bienestar. No debemos permitir que las perplejidades y cuidados cotidianos gasten las fuerzas 124 de nuestro espíritu y oscurezcan nuestro semblante. Si lo hacemos, habrá siempre algo que nos moleste y fatigue. No debemos dar entrada a los cuidados que sólo nos gastan y destruyen, mas no nos ayudan a soportar las pruebas. 

Podéis estar perplejos en los negocios; vuestra perspectiva puede ser cada día más sombría y podéis estar amenazados de pérdidas; mas no os descorazonéis; confiad vuestras cargas a Dios y permaneced serenos y tranquilos. Pedid sabiduría para manejar vuestros negocios con discreción y así evitaréis pérdidas y desastres. Haced todo lo que esté de vuestra parte para obtener resultados favorables. Jesús nos ha prometido su ayuda, pero no sin que hagamos lo que está de nuestra parte. Cuando, confiando en vuestro Ayudador, hayáis hecho todo lo que podáis, aceptad con gozo los resultados. 

No es la voluntad de Dios que su pueblo sea abrumado por el peso de los cuidados. Pero al mismo tiempo no quiere que nos engañemos. El no nos dice: "No temáis; no hay peligro en vuestro camino". El sabe que hay pruebas y peligros y nos lo ha manifestado abiertamente. El no ofrece a su pueblo quitarlo de en medio de este mundo de pecado y maldad, pero le presenta un refugio que nunca falla. Su oración por sus discípulos fue: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal". "En el mundo ­dice­ tendréis tribulación; pero tened buen ánimo; yo he vencido al mundo" (Juan 17: 15; 16: 33). 125 

En el Sermón del Monte, Cristo dio a sus discípulos preciosas lecciones en cuanto a la confianza que debe tenerse en Dios. Estas lecciones tenían por fin consolar a los hijos de Dios durante todos los siglos y han llegado a nuestra época llenas de instrucción y consuelo. El Salvador llamó la atención de sus discípulos a cómo las aves del cielo entonan sus dulces cantos de alabanza sin estar abrumadas por los cuidados de la vida, a pesar de que "no siembran, ni siegan". Y sin embargo, el gran Padre celestial las alimenta. 
El Salvador pregunta: "¿No valéis vosotros mucho más que ellas?" (Mateo 6: 26). 

El gran Dios, que alimenta a los hombres y a las bestias, extiende su mano para alimentar a todas sus criaturas. Las aves del cielo no son tan insignificantes que no las note. El no toma el alimento y se lo da en el pico, mas hace provisión para sus necesidades. Deben juntar el grano que él ha derramado para ellas. Deben preparar el material para sus niditos. Deben alimentar a sus polluelos. Ellas van cantando a su trabajo porque "vuestro Padre celestial las alimenta". Y "¿no valéis vosotros mucho más que ellas?" ¿No sois vosotros, como adoradores inteligentes y espirituales, de mucho más valor que las aves del cielo? ¿No suplirá nuestras necesidades el Autor de nuestro ser, el Conservador de nuestra existencia, el que nos formó a su propia imagen divina, si tan sólo confiamos en él? Cristo presentaba a sus discípulos las flores del campo, que crecen en rica profusión y brillan con la sencilla hermosura que el Padre celestial les ha dado, como una expresión de su 126 amor hacia el hombre. El decía: "Considerad los lirios del campo, cómo crecen" (Mateo 6: 28). 

La belleza y la sencillez de estas flores naturales sobrepujan en excelencia, por mucho, a la gloria de Salomón. 
El atavío más esplendoroso producido por la habilidad del arte no puede compararse con la gracia natural y la belleza radiante de las flores creadas por Dios. Jesús pregunta: "Y si Dios viste así a la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?" (Mateo 6: 30). Si Dios, el Artista divino, da a las flores, que perecen en un día, sus delicados y variados colores, ¿cuánto mayor cuidado no tendrá por los que ha creado a su propia imagen?  

Esta lección de Cristo es un reproche por la ansiedad, las perplejidades y dudas del corazón sin fe. El Señor quiere que todos sus hijos e hijas sean felices, llenos de paz, obedientes. 
Jesús dice: "Mi paz os doy; no según da el mundo, yo os la doy: no se turbe vuestro corazón, ni se acobarde" (Juan 14: 27). "Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo" (Juan 15:11). 

La felicidad que se procura por motivos egoístas, fuera de la senda del deber, es desequilibrada, espasmódica y transitoria; pasa y deja el alma vacía y triste; mas en el servicio de Dios hay gozo y satisfacción; Dios no abandona al cristiano en caminos inciertos; no lo abandona a pesares vanos y contratiempos. Si no tenemos los placeres de esta vida, podemos aun gozarnos mirando a la vida venidera. 127 Pero aún aquí los cristianos pueden tener el gozo de la comunión con Cristo; pueden tener la luz de su amor, el perpetuo consuelo de su presencia. 

Cada paso de la vida puede acercarnos más a Jesús, puede darnos una experiencia más profunda de su amor y acercarnos más al bendito hogar de paz. No perdáis pues vuestra confianza, sino tened firme seguridad, más firme que nunca antes. "¡Hasta aquí nos ha ayudado Jehová!" 
(1 Samuel 7: 12). y nos ayudará hasta el fin. 

Miremos los monumentos conmemorativos de lo que Dios ha hecho para confortarnos y salvarnos de la mano del destructor. Tengamos siempre presentes todas las tiernas misericordias que Dios nos ha mostrado: las lágrimas que ha enjugado, las penas que ha quitado, las ansiedades que ha alejado, los temores que ha disipado, las necesidades que ha suplido, las bendiciones que ha derramado, fortificándonos así a nosotros mismos, para todo lo que está delante de nosotros en el resto de nuestra peregrinación. No podemos menos que prever nuevas perplejidades en el conflicto venidero, pero podemos mirar hacia lo pasado, tanto como hacia lo futuro, y decir: "¡Hasta aquí nos ha ayudado Jehová!" "Según tus días, serán tus fuerzas' (Deuteronomio 33: 25). La prueba no excederá a la fuerza que se nos dé para soportarla. Así que sigamos con nuestro trabajo dondequiera lo hallemos, sabiendo que para cualquier cosa que venga, él nos dará fuerza proporcionada a la prueba. Y luego las puertas del cielo se abrirán para recibir a los hijos de Dios y de los labios del Rey de gloria resonará en sus oídos, como la 128 más rica música, la bendición: "¡Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino destinado para vosotros desde la fundación del mundo!". (Mateo 25: 34). 

Entonces los redimidos serán recibidos con gozo en el lugar que Jesús les está preparando. Allí su compañía no será la de los viles de la tierra, mentirosos, idólatras, impuros e incrédulos, sino la de los que hayan vencido a Satanás y que por la gracia divina hayan adquirido caracteres perfectos. 

Toda tendencia pecaminosa, toda imperfección que los aflige aquí, habrá sido quitada por la sangre de Cristo y se les concede la excelencia y brillantez de su gloria, que excede en mucho a la del sol. Y la belleza moral, la perfección de su carácter resplandecen con excelencia mucho mayor que este resplandor exterior. Están sin mancha delante del trono de Dios y participan de la dignidad y de los privilegios de los ángeles. En vista de la herencia gloriosa que puede ser suya, "¿qué rescate dará el hombre por su alma?' (Mateo 16: 26). 

Puede ser pobre; con todo, posee en sí mismo una riqueza y dignidad que el mundo jamás podría haberle dado. El alma redimida y limpiada de pecado, con todas sus nobles facultades dedicadas al servicio de Dios, es de un valor incomparable; y hay gozo en el cielo delante de Dios y de los santos ángeles por cada alma redimida, gozo que se expresa con cánticos de santo triunfo. 129

(El Camino a Cristo de EGW)


viernes, 14 de diciembre de 2018

12. ¿Qué Debe Hacerse Con La Duda? EL CAMINO A CRISTO/EGW


MUCHOS, especialmente los que son nuevos en la vida cristiana, se sienten a veces turbados con las sugestiones del escepticismo. Hay muchas cosas en la Biblia que no pueden explicar y ni siquiera entender, y Satanás las emplea para hacer vacilar su fe en las Santas Escrituras como revelación de Dios. Preguntan: "¿Cómo sabré cuál es el buen camino? Si la Biblia es en verdad la Palabra de Dios, ¿Cómo puedo librarme de estas dudas y perplejidades?" Dios nunca nos exige que creamos sin darnos suficiente evidencia sobre la cual fundar nuestra fe. Su existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, todas estas cosas están establecidas por abundantes testimonios que excitan nuestra razón. 

Sin embargo, Dios no ha quitado nunca toda posibilidad de duda. Nuestra fe debe reposar sobre evidencias, no sobre demostraciones. Los que quieran dudar tendrán oportunidad; al paso que los que realmente deseen conocer la verdad, encontrarán abundante evidencia sobre la cual basar su fe.

 Es imposible para el espíritu finito del hombre comprender plenamente el carácter o las obras del Infinito. Para la inteligencia mas perspicaz, para el espíritu más ilustrado, aquel santo Ser debe siempre permanecer envuelto en el misterio. "¿Puedes tú descubrir las cosas recónditas de Dios? ¿puedes hasta lo sumo llegar a 107 conocer al Todopoderoso? Ello es alto como el cielo, ¿qué podrás hacer? más hondo es que el infierno, ¿que podrás saber?' (Job 11: 7, 8). El apóstol Pablo exclama: "¡Oh profundidad de las riquezas, así de la sabiduría como de la ciencia de Dios! ¡cuán inescrutables son sus juicios, e ininvestigables sus caminos!" (Romanos 11: 33). Mas aunque "nubes y tinieblas están alrededor de él; justicia y juicio son el asiento de su trono" (Salmo 97: 2). Pero donde comprendemos su modo de obrar con nosotros y los motivos que lo mueven, descubrimos su amor y misericordia sin límites unidos a su infinito poder. Podemos entender de sus designios cuanto es bueno para nosotros saber, y más allá de esto debemos confiar todavía en la mano omnipotente y en el corazón lleno de amor. 

La Palabra de Dios, como el carácter de su divino Autor, presenta misterios que nunca podrán ser plenamente comprendidos por seres finitos. 

La entrada del pecado en el mundo, la encarnación de Cristo, la regeneración y otros muchos asuntos que se presentan en la Biblia, son misterios demasiado profundos para que la mente humana los explique, o para que los comprenda siquiera plenamente. Pero no tenemos razón para dudar de la Palabra de Dios porque no podamos entender los misterios de su providencia. 

En el mundo natural estamos siempre rodeados de misterios que no podemos sondear. Aun las formas más humildes de la vida presentan un problema que el más sabio de los filósofos es incapaz de explicar. Por todas partes se presentan maravillas que superan nuestro 108 conocimiento. ¿Debemos sorprendernos de que en el mundo espiritual haya también misterios que no podamos sondear? 

La dificultad está únicamente en la debilidad y estrechez del espíritu humano. Dios nos ha dado en las Santas Escrituras pruebas suficientes de su carácter divino y no debemos dudar de su Palabra porque no podamos entender los misterios de su providencia. El apóstol Pedro dice que hay en las Escrituras "cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tuercen, . . . para su propia destrucción" (2 Pedro 3:16). Los incrédulos han presentado las dificultades de las Sagradas Escrituras como un argumento en contra de la Biblia; pero muy lejos de ello, éstas constituyen una fuerte prueba de su divina inspiración. Si no contuvieran acerca de Dios sino aquello que fácilmente pudiéramos comprender, si su grandeza y majestad pudieran ser abarcadas por inteligencias finitas, entonces la Biblia no llevaría las credenciales inequívocas de la autoridad divina. La misma grandeza y los mismos misterios de los temas presentados, deben inspirar fe en ella como Palabra de Dios. 

La Biblia presenta la verdad con una sencillez y una adaptación tan perfecta a las necesidades y anhelos del corazón humano, que ha asombrado y encantado a los espíritus más cultivados, al mismo tiempo que capacita al humilde e inculto para discernir el camino de la salvación. Sin embargo, estas verdades sencillamente declaradas tratan de asuntos tan elevados, de tan grande trascendencia, tan 109 infinitamente fuera del alcance de la comprensión humana, que sólo podemos aceptarlos porque Dios nos lo ha declarado. Así está patente el plan de la redención delante de nosotros, de modo que cualquiera pueda ver el camino que ha de tomar a fin de arrepentirse para con Dios y tener fe en nuestro Señor Jesucristo, a fin de que sea salvo de la manera señalada por Dios. Sin embargo, bajo estas verdades tan fácilmente entendibles, existen misterios que son el escondedero de su gloria; misterios que abruman la mente investigadora y que, sin embargo, inspiran fe y reverencia al sincero investigador de la verdad. 

Cuanto más escudriña éste la Biblia tanto más profunda es su convicción de que es la Palabra del Dios vivo, y la razón humana se postra ante la majestad de la revelación divina. Reconocer que no podemos entender plenamente las grandes verdades de la Biblia, es solamente admitir que la mente finita es insuficiente para abarcar lo infinito; que el hombre, con su limitado conocimiento humano, no puede entender los designios de la Omnisciencia. Por cuanto no pueden sondear todos los misterios de la Palabra de Dios, los escépticos y los incrédulos la rechazan; y no todos los que profesan creer en la Biblia están libres de este peligro. El apóstol dice: "Mirad, pues, hermanos, no sea que acaso haya en alguno de vosotros, un corazón malo de incredulidad, en el apartarse del Dios vivo" (Hebreos 3: 12). 

Es bueno estudiar detenidamente las enseñanzas de la Biblia, e investigar "las profundidades de Dios", hasta donde se revelan en las Santas Escrituras. Porque aunque 110 "las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios", "las reveladas nos pertenecen a nosotros" (Deuteronomio 29: 29). Mas es la obra de Satanás pervertir las facultades de investigación del entendimiento. Cierto orgullo se mezcla en la consideración de la verdad bíblica, de modo que cuando los hombres no pueden explicar todas sus partes como quieren, se impacientan y se sienten derrotados. Es para ellos demasiado humillante reconocer que no pueden entender las palabras inspiradas. 

No están dispuestos a esperar pacientemente hasta que Dios juzgue oportuno revelarles la verdad. Creen que su sabiduría humana sin auxilio es suficiente para hacerles entender las Santas Escrituras y, cuando no pueden hacerlo, niegan virtualmente su autoridad. Es verdad que muchas teorías y doctrinas que se consideran generalmente derivadas de la Biblia no tienen fundamento en ella y, a la verdad, son contrarias a todo el tenor de la inspiración. Estas cosas han sido motivo de duda y perplejidad para muchos espíritus. No son, sin embargo, imputables a la Palabra de Dios, sino a la perversión que los hombres han hecho de ella.

 Si fuera posible para los seres terrenales obtener un pleno conocimiento de Dios y de sus obras, no habría ya para ellos, después de lograrlo, ni descubrimiento de nuevas verdades, ni crecimiento en conocimiento, ni desarrollo ulterior del espíritu o del corazón. Dios no sería ya supremo, y el hombre, habiendo alcanzado el límite del conocimiento y progreso, dejaría de adelantar. Demos gracias a Dios de que no sea así. Dios es infinito; "en él están todos los 111 tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Colosenses 2: 3). 

Y por toda la eternidad los hombres podrán estar siempre escudriñando, siempre aprendiendo sin poder agotar nunca, sin embargo, los tesoros de la sabiduría, la bondad y el poder. Dios quiere que aun en esta vida las verdades de su Palabra continúen siempre revelándose a su pueblo. Y hay sólo un modo para obtener este conocimiento. No podemos llegar a entender la Palabra de Dios sino por la iluminación del Espíritu por el cual fue dada la Palabra. "Las cosas de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2: 11) ;"porque el Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas profundas de Dios" (1 Corintios 2: 10). Y la promesa del Salvador a sus discípulos fue: "Mas cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad; ... porque tomará de lo mío, y os lo anunciará' (Juan 16: 13, 14). 

Dios quiere que el hombre haga uso de la facultad de razonar que le ha dado; y el estudio de la Biblia fortalece y eleva la mente como ningún otro estudio puede hacerlo. Con todo, debemos cuidarnos de no deificar la razón, porque está sujeta a las debilidades y flaquezas de la humanidad. 

Si no queremos que las Sagradas Escrituras estén veladas para nuestro entendimiento, de modo que no podamos comprender ni las verdades más sencillas, debemos tener la sencillez y la fe de un niño, estar dispuestos a aprender, e implorar la ayuda del Espíritu Santo. El conocimiento del poder y la sabiduría de Dios y la conciencia de nuestra incapacidad 112 para comprender su grandeza, debe inspirarnos humildad, y debemos abrir su Palabra con santo temor, como si compareciéramos ante él. 

Cuando tomamos la Biblia, nuestra razón debe reconocer una autoridad superior a ella misma y el corazón y la inteligencia deben postrarse ante el gran YO SOY. Hay muchas cosas aparentemente difíciles u oscuras, que Dios hará claras y sencillas para los que así procuren entenderlas. Mas sin la dirección del Espíritu Santo, estaremos continuamente expuestos a torcer las Sagradas Escrituras o a interpretarlas mal. Hay muchas maneras de leer la Biblia que no aprovechan y que causan en algunos casos un daño positivo. Cuando el Libro de Dios se abre sin oración y reverencia; cuando los pensamientos y afectos no están fijos en Dios, o en armonía con su voluntad, el corazón está envuelto en la duda; y entonces, con el mismo estudio de la Biblia, se fortalece el escepticismo. 

El enemigo se posesiona de los pensamientos y sugiere interpretaciones incorrectas. Cuando los hombres no procuran estar en armonía con Dios en obras y en palabras, por instruidos que sean, están expuestos a errar en su modo de entender las Santas Escrituras y no es seguro confiar en sus explicaciones. Los que escudriñan las Escrituras para buscar contradicciones, no tienen penetración espiritual. Con vista perturbada encontrarán muchas razones para dudar y no creer en cosas realmente claras y sencillas. 

Pero, disfráceselo como se quiera, el amor al pecado es casi siempre la causa real de la duda y el escepticismo. Las enseñanzas y restricciones 113 de la Palabra de Dios no agradan al corazón orgulloso, lleno de pecado; y los que no quieren obedecer sus mandamientos, fácilmente dudan de su autoridad. Para llegar al conocimiento de la verdad, debemos tener un deseo sincero de conocer la verdad y buena voluntad en el corazón para obedecerla. 

Todos los que estudien la Biblia con este espíritu, encontrarán en abundancia pruebas de que es la Palabra de Dios y pueden obtener un conocimiento de sus verdades que los hará sabios para la salvación. Cristo dijo: "Si alguno quisiere hacer su voluntad, conocerá de mi enseñanza' (Juan 7: 17). En vez de discutir y cavilar tocante a aquello que no entendáis, aprovechad la luz que ya brilla sobre vosotros y recibiréis mayor luz. 

Mediante la gracia de Cristo, cumplid todos los deberes que hayáis llegado a entender y seréis capaces de entender y cumplir aquellos de los cuales todavía dudáis. Hay una prueba que está al alcance de todos, del más educado y del más ignorante, la prueba de la experiencia. Dios nos invita a probar por nosotros mismos la realidad de su Palabra, la verdad de sus promesas. El nos dice: "Gustad y ved que Jehová es bueno' (Salmo 34: 8). En vez de depender de las palabras de otro, tenemos que probar por nosotros mismos. Dice: "Pedid, y recibiréis" (Juan 16: 24). Sus promesas se cumplirán. Nunca han faltado; nunca pueden faltar. Y cuando seamos atraídos a Jesús y nos regocijemos en la plenitud de su amor, nuestras dudas 114 y tinieblas desaparecerán ante la luz de su presencia. 

El apóstol Pablo dice que Dios "nos ha libertado de la potestad de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor" (Colosenses 1: 13). Y todo aquel que ha pasado de muerte a vida "ha puesto su sello a esto, que Dios es veraz' (Juan 3: 33). Puede testificar: "Necesitaba auxilio y lo he encontrado en Jesús. Fueron suplidas todas mis necesidades, fue satisfecha el hambre de mi alma y ahora la Biblia es para mí la revelación de Jesucristo. 

¿Me preguntáis por qué creo en Jesús? Porque es para mí un Salvador divino. ¿Por qué creo en la Biblia? Porque he hallado que es la voz de Dios para mi alma". Podemos tener en nosotros mismos el testimonio de que la Biblia es verdadera y de que Cristo es el Hijo de Dios. Sabemos que no estamos siguiendo fábulas astutamente imaginadas. San Pedro exhorta a los hermanos a crecer "en la gracia, y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo' (2 Pedro 3: 18). Cuando el pueblo de Dios crece en la gracia, obtiene constantemente un conocimiento más claro de su Palabra. Contempla nueva luz y belleza en sus sagradas verdades. Esto es lo que ha sucedido en la historia de la iglesia en todas las edades y continuará sucediendo hasta el fin. "Pero la senda de los justos es como la luz de la aurora, que se va aumentando en resplandor hasta que el día es perfecto' (Proverbios 4: 18). 

Por medio de la fe podemos mirar lo futuro y confiar en las promesas de Dios respecto al 115 desarrollo de la inteligencia, a la unión de las facultades humanas con las divinas y al contacto directo de todas las potencias del alma con la Fuente de Luz. Podemos regocijarnos de que todas las cosas que nos han confundido en las providencias de Dios serán entonces aclaradas; las cosas difíciles de entender serán entonces reveladas; y donde nuestro entendimiento finito veía solamente confusión y desorden, veremos la más perfecta y hermosa armonía. "Porque ahora vemos oscuramente, como por medio de un espejo, mas entonces, cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré así como también soy conocido" (1 Corintios 13: 12). 116

(El Camino a Cristo de EGW) 


jueves, 23 de agosto de 2018

11. ¿Podemos Comunicarnos Con Dios? EL CAMINO A CRISTO/EGW


DIOS nos habla por la naturaleza y por la revelación, por su providencia y por la influencia de su Espíritu. Pero esto no es suficiente, necesitamos abrirle nuestro corazón. Para tener vida y energía espirituales debemos tener verdadero intercambio con nuestro Padre celestial. Puede ser nuestra mente atraída hacia él; podemos meditar en sus obras, sus misericordias, sus bendiciones; pero esto no es, en el sentido pleno de la palabra, estar en comunión con él. Para ponernos en comunión con Dios, debemos tener algo que decirle tocante a nuestra vida real.

Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirlo. La oración no baja a Dios hasta nosotros, antes bien nos eleva a él. Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar Dios sus necesidades diarias y a echar toda su solicitud sobre él. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros.

Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador 93 se identificó con nuestras necesidades y flaquezas convirtiéndose en un suplicante que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza, para avanzar fortalecido para el deber y la prueba. El es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, "tentado en todo así como nosotros", pero como ser inmaculado, rehuyó el mal; sufrió las luchas y torturas de alma de un mundo de pecado. Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en estar en comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia!

Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. 
Es privilegio nuestro beber abundantemente en la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración sincera del más humilde de sus hijos y, sin embargo, hay de nuestra parte mucha cavilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios. 
¿Qué pueden pensar los ángeles del cielo de los pobres y desvalidos seres humanos, que están sujetos a la tentación, cuando el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar y que, sin embargo, oran tan poco y tienen tan poca fe? Los ángeles se deleitan en postrarse delante de Dios, se deleitan en estar cerca de él. Es su mayor delicia estar en comunión 94 con Dios; y con todo, los hijos de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que Dios solamente puede dar, parecen satisfechos andando sin la luz del Espíritu ni la compañía de su presencia.

Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la oración. Las tentaciones secretas del enemigo los incitan al pecado; y todo porque no se valen del privilegio que Dios les ha concedido de la bendita oración. ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia? Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que, no obtengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir a la tentación.

Hay ciertas condiciones según las cuales Podemos esperar que Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es que sintamos necesidad de su ayuda. El nos ha hecho esta promesa: "Porque derramaré aguas sobre la tierra sedienta, y corrientes sobre el sequedal' (Isaías 44: 3). Los que tienen hambre y sed de justicia, los que suspiran por Dios, pueden estar seguros de que serán hartos. El corazón debe estar abierto a la influencia del Espíritu; de otra manera no puede recibir las bendiciones de Dios.

Nuestra gran necesidad es en sí misma un argumento y habla elocuentemente en nuestro 95 favor. 
Pero se necesita buscar al Señor para que haga estas cosas por nosotros. Pues dice: “Pedid, y se os dará" (Mateo 7:7). Y "el que ni aún a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de pura gracia, todas las cosas juntamente con él?" (Romanos 8: 32).

Si toleramos la iniquidad en nuestro corazón, si estamos apegados a algún pecado conocido, el Señor no nos oirá; mas la oración del alma arrepentida y contrita será siempre aceptada. Cuando hayamos confesado con corazón contrito todos nuestros pecados conocidos, podremos esperar que Dios conteste nuestras peticiones. Nuestros propios méritos nunca nos recomendarán a la gracia de Dios. Es el mérito de Jesús lo que nos salva y su sangre lo que nos limpia; sin embargo, nosotros tenemos una obra que hacer para cumplir las condiciones de la aceptación. La oración eficaz tiene otro elemento: la fe. "Porque es preciso que el que viene a Dios, crea que existe, y que se ha constituido remunerador de los que le buscan" (Hebreos 11: 6). 

Jesús dijo a sus discípulos: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis". (Marcos 11: 24). ¿Creemos al pie de la letra todo lo que nos dice?

La seguridad es amplia e ilimitada, y fiel es el que ha prometido. Cuando no recibimos precisamente las cosas que pedimos y al instante, debemos creer aún que el Señor oye y que contestará nuestras oraciones. Somos tan cortos 96 de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello que nosotros mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos ver todas las cosas como realmente son. 
Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, debemos aferrarnos a la promesa; porque el tiempo de recibir contestación seguramente vendrá y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. 
Por supuesto, pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la misma forma y según la cosa particular que pidamos, es presunción. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temáis confiar en él, aunque no veáis la inmediata respuesta de vuestras oraciones. Confiad en la seguridad de su promesa:  "Pedid, y se os dará".

Si consultamos nuestras dudas y temores, o procuramos resolver cada cosa que no veamos claramente, antes de tener fe, solamente se acrecentarán y profundizarán las perplejidades. Mas si venimos a Dios sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente somos, si venimos con humildad y con la verdadera certidumbre de la fe le presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento es infinito, a quien nada se le oculta y quien gobierna todas las cosas por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor y hacer resplandecer su luz en nuestro corazón. Por la oración sincera nos ponemos en comunicación con la 97 mente del Infinito. Quizás no tengamos al instante ninguna prueba notable de que el rostro de nuestro Redentor está inclinado hacia nosotros con compasión y amor; sin embargo es así. No podemos sentir su toque manifiesto, mas su mano nos sustenta con amor y piadosa ternura.

Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios, debemos tener un espíritu de amor y perdón en nuestro propio corazón. ¿Cómo podemos orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6:12) y abrigar, sin embargo, un espíritu que no perdona? Si esperamos que nuestras oraciones sean oídas, debemos perdonar a otros como esperamos ser perdonados nosotros.

La perseverancia en la oración ha sido constituida en condición para recibir. Debemos orar siempre si queremos crecer en fe y en experiencia. Debemos ser "perseverantes en la oración" (Romanos 12:12). "Perseverad en la oración, velando en ella, con acciones de gracia". (Colosenses 4:2). El apóstol Pedro exhorta a los cristianos a que sean "sobrios, y vigilantes en las oraciones" (1 Pedro 4: 7). San Pablo ordena: “En todas las circunstancias, por medio de la oración y la plegaria, con acciones de gracias, dense a conocer vuestras peticiones a Dios" (Filipenses 4: 6). "Vosotros empero, hermanos,... - dice Judas - orando en el Espíritu Santo, guardaos en el amor de Dios" (Judas 20, 21). Orar sin cesar es mantener una unión no interrumpida del alma con Dios, de modo que la vida de Dios 98 fluya a la nuestra; y de nuestra vida la pureza y la santidad refluyan a Dios.

Es necesario ser diligentes en la oración; ninguna cosa os lo impida. Haced cuanto podáis para que haya una comunión continua entre Jesús y vuestra alma. Aprovechad toda oportunidad de ir donde se suela orar. Los que están realmente procurando estar en comunión con Dios, asistirán a los cultos de oración, fieles en cumplir su deber, ávidos y ansiosos de cosechar todos los beneficios que puedan alcanzar. Aprovecharán toda oportunidad de colocarse donde puedan recibir rayos de luz celestial.

Debemos también orar en el círculo de nuestra familia; y sobre todo no descuidar la oración privada, porque ésta es la vida del alma. Es imposible que el alma florezca cuando se descuida la oración. La sola oración pública o con la familia no es suficiente. En medio de la soledad abrid vuestra alma al ojo penetrante de Dios. La oración secreta sólo debe ser oída del que escudriña los corazones: Dios. Ningún oído curioso debe recibir el peso de tales peticiones. 

En la oración privada el alma esta libre de las influencias del ambiente, libre de excitación. Tranquila pero fervientemente se extenderá la oración hacia Dios. Dulce y permanente será la influencia que dimana de Aquel que ve en lo secreto, cuyo oído está abierto a la oración que sale de lo profundo del alma. Por una fe sencilla y tranquila el alma se mantiene en comunión con Dios y recoge los rayos de la luz divina para fortalecerse y sostenerse en la lucha contra Satanás. Dios es el castillo de nuestra fortaleza. 99

Orad en vuestro gabinete; y al ir a vuestro trabajo cotidiano, levantad a menudo vuestro corazón a Dios. De este modo anduvo Enoc con Dios. Esas oraciones silenciosas llegan como precioso incienso al trono de la gracia. Satanás no puede vencer a aquel cuyo corazón esta así apoyado en Dios. No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección, como lo hizo Nehemías cuando hizo la petición delante del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma como huésped celestial.

Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo.

Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa de las realidades eternas. La hermosura de la santidad ha de consolar el corazón de los hijos de Dios: y para que esto se lleve a cabo, debemos 100 buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales. Extiéndase y elévese el alma para que Dios pueda concedernos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol.

Presentad a Dios vuestras necesidades, gozos, tristezas, 
cuidados y temores. No podéis agobiarlo ni cansarlo. 

El que tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos. "Porque el Señor es muy misericordioso y compasivo' (Santiago 5: 11). Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aún por nuestra presentación de ellas. Llevadle todo lo que confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar; él sostiene los mundos y gobierna todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello un interés inmediato. El "sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas" (Salmo 147: 3). Las relaciones entre Dios y cada una de las almas 101son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado.

Jesús decía: “Pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; porque el Padre mismo os ama' (Juan 16: 26, 27) "Yo os elegí a vosotros... para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé" (Juan 15:16). Orar en nombre de Jesús es más que una mera mención de su nombre al principio y al fin de la oración. Es orar con los sentimientos y el espíritu de Jesús, creyendo en sus promesas, confiando en su gracia y haciendo sus obras.

Dios no pretende que algunos de nosotros nos hagamos ermitaños o monjes, ni que nos retiremos del mundo a fin de consagrarnos a los actos de adoración. Nuestra vida debe ser como la vida de Cristo, que estaba repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar su cruz; cuando dejan de trabajar ardientemente por el Maestro que trabajaba con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo, ni pedir fuerza con que trabajar.

Sufrimos una pérdida cuando descuidamos la oportunidad de asociarnos para fortalecernos y 102 edificarnos mutuamente en el servicio de Dios. Las verdades de su Palabra pierden en nuestras almas su vivacidad e importancia. Nuestros corazones dejan de ser alumbrados y vivificados por la influencia santificadora y declinamos en espiritualidad. En nuestra asociación como cristianos perdemos mucho por falta de simpatías mutuas. El que se encierra completamente dentro de sí mismo no esta ocupando la posición que Dios le señaló. El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturaleza nos hace simpatizar con otros y es para nosotros un medio de desarrollarnos y fortalecernos en el servicio de Dios.

Si todos los cristianos se asociaran, hablando entre ellos del amor de Dios y de las preciosas verdades de la redención, su corazón se robustecería y se edificarían mutuamente. Aprendamos diariamente más de nuestro Padre celestial, obteniendo una nueva experiencia de su gracia, y entonces desearemos hablar de su amor; así nuestro propio corazón se encenderá y reanimará. Si pensáramos y habláramos más de Jesús y menos de nosotros mismos, tendríamos mucho más de su presencia.

Si tan sólo pensáramos en él tantas veces como tenemos pruebas de su cuidado por nosotros, lo tendríamos siempre presente en nuestros pensamientos y nos deleitaríamos en hablar de él y en alabarle. Hablamos de las cosas temporales porque tenemos interés en ellas. Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas y alegrías están ligadas con ellos. Sin embargo, tenemos razones infinitamente mayores para amar a Dios que para amar 103 a nuestros amigos terrenales, y debería ser la cosa más natural del mundo tenerlo como el primero en todos nuestros pensamientos, hablar de su bondad y alabar su poder. 
Los ricos dones que ha derramado sobre nosotros no estaban destinados a absorber nuestros pensamientos y amor de tal manera que nada tuviéramos que dar a Dios; antes bien, debieran hacernos acordar constantemente de él y unirnos por medio de los vínculos del amor y gratitud a nuestro celestial Benefactor. Vivimos demasiado apegados a lo terreno. Levantemos nuestros ojos hacia la puerta abierta del santuario celestial, donde la luz de la gloria de Dios resplandece en el rostro de Cristo, quien "también puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de él" (Hebreos 7: 25).

Debemos alabar más a Dios por su misericordia "y sus maravillas para con los hijos de Adán' (Salmo 107:8). Nuestros ejercicios de devoción no deben consistir enteramente en pedir y recibir. No estemos pensando siempre en nuestras necesidades y nunca en las bendiciones que recibimos. No oramos nunca demasiado, pero somos muy parcos en dar gracias. Somos diariamente los recipientes de las misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresamos, cuán poco lo alabamos por lo que ha hecho por nosotros!

Antiguamente el Señor ordenó esto a Israel, para cuando se congregara para su servicio: “Y los comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios; y os regocijaréis vosotros y vuestras familias en toda empresa de vuestra mano, en que os 104 habrá bendecido Jehová vuestro Dios" (Deuteronomio 12:7).  Aquello que se hace para la gloria de Dios debe hacerse con alegría, con cánticos de alabanza y acción de gracias, no con tristeza y semblante adusto.

Nuestro Dios es un Padre tierno y misericordioso. Su servicio no debe mirarse como una cosa que entristece, como un ejercicio que desagrada. Debe ser un placer adorar al Señor y participar en su obra. Dios no quiere que sus hijos, a los cuales proporcionó una salvación tan grande, trabajen como si él fuera un amo duro y exigente. 
El es nuestro mejor amigo, y cuando lo adoramos, quiere estar con nosotros para bendecirnos y confortarnos, llenando nuestro corazón de alegría y amor. El Señor quiere que sus hijos se consuelen en su servicio y hallen más placer que penalidad en el trabajo. El quiere que los que lo adoran saquen pensamientos preciosos de su cuidado y amor, para que estén siempre contentos y tengan gracia para conducirse honesta y fielmente en todas las cosas. 

Es preciso juntarnos en torno de la cruz. Cristo, y Cristo crucificado, debe ser el tema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Debemos tener presentes todas las bendiciones que recibimos de Dios, y al darnos cuenta de su gran amor, debiéramos estar prontos a confiar todas las cosas a la mano que fue clavada en la cruz por nosotros. El alma puede elevarse hasta el cielo en las alas de la alabanza. Dios es adorado con cánticos y música en las mansiones celestiales, y al 105 expresarle nuestra gratitud, nos aproximamos al culto de los habitantes del cielo. "El que ofrece sacrificio de alabanza me glorificará' (Salmo 50: 23). Presentémonos, pues, con gozo reverente delante de nuestro Creador con "acciones de gracias y voz de melodía" (Isaías 51: 3). 106

10. "Los Dos Lenguajes De La Providencia" EL CAMINO A CRISTO/EGW

 

Son muchas las formas en que Dios está procurando dársenos a conocer y ponernos en comunión con él. 
La naturaleza habla sin cesar a nuestros sentidos. El corazón que está preparado quedará impresionado por el amor y la gloria de Dios tal como se revelan en las obras de sus manos. El oído atento puede escuchar y entender las comunicaciones de Dios por las cosas de la naturaleza. Los verdes campos, los elevados árboles, los botones y las flores, la nubecilla que pasa, la lluvia que cae, el arroyo que murmura, las glorias de los cielos, hablan a nuestro corazón y nos invitan a conocer a Aquel que lo hizo todo.

Nuestro Salvador entrelazó sus preciosas lecciones con las cosas de la naturaleza. Los árboles, los pájaros, las flores, los valles, las colinas, los lagos y los hermosos cielos, así como los incidentes y las circunstancias de la vida diaria, fueron todos ligados a las palabras de verdad, a fin de que sus lecciones fuesen así traídas a menudo a la memoria, aún en medio de los cuidados de la vida de trabajo del hombre.

Dios quiere que sus hijos aprecien sus obras y se deleiten en la sencilla y tranquila hermosura con que él ha adornado nuestra morada terrenal. El es amante de lo bello y, sobre todo, ama la belleza del carácter, que es más 85 atractiva que todo lo externo; y quiere que cultivemos la pureza y la sencillez, las gracias características de las flores.

Si tan sólo queremos escuchar, las obras que Dios ha hecho nos enseñarán lecciones preciosas de obediencia  y confianza. Desde las estrellas que en su carrera por el espacio sin huellas siguen de siglo en siglo sus sendas asignadas, hasta el átomo más pequeño, las cosas de la naturaleza obedecen a la voluntad del Creador. Y Dios cuida y sostiene todas las cosas que ha creado. El que sustenta los innumerables mundos diseminados por la inmensidad, también tiene cuidado del gorrioncillo que entona sin temor su humilde canto. 

Cuando los hombres van a su trabajo o están orando; cuando descansan o se levantan por la mañana; cuando el rico se sacia en el palacio, o cuando el pobre reúne a sus hijos alrededor de su escasa mesa, el Padre celestial vigila tiernamente a todos. No se derraman lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él pase inadvertida.

Si creyéramos plenamente esto, toda ansiedad indebida desaparecería. Nuestras vidas no estarían tan llenas de desengaños como ahora; porque cada cosa, grande o pequeña, debe dejarse en las manos de Dios, quien no se confunde por la multiplicidad de los cuidados, ni se abruma por su peso. Gozaríamos entonces del reposo del alma al cual muchos han sido por largo tiempo extraños.

Cuando vuestros sentidos se deleiten en la amena belleza de la tierra, pensad en el mundo venidero que nunca conocerá mancha de pecado 86 ni de muerte; donde la faz de la naturaleza no llevará más la sombra de la maldición. Que vuestra imaginación represente la morada de los justos y entonces recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la más brillante imaginación. En los variados dones de Dios en la naturaleza no vemos sino el reflejo más pálido de su gloria. Está escrito: “¡Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano - las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le aman!" (1 Cor. 2:9).

El poeta y el naturalista tienen muchas cosas que decir acerca de la naturaleza, pero es el cristiano el que más goza de la belleza de la tierra, porque reconoce la obra de la mano de su Padre y percibe su amor en la flor, el arbusto y el árbol. Nadie que no los mire como una expresión del amor de Dios al hombre puede apreciar plenamente la significación de la colina ni del valle, del río ni del mar.

Dios nos habla mediante sus obras providenciales y por la influencia de su Espíritu Santo en el corazón. En nuestras circunstancias y ambiente, en los cambios que suceden diariamente en torno nuestro, podemos encontrar preciosas lecciones, si tan sólo nuestros corazones están abiertos para recibirlas. 
El salmista, trazando la obra de la Providencia divina, dice: “La tierra está llena de la misericordia de Jehová" (Salmo 33: 5). "¡Quien sea sabio, observe estas cosas; y consideren todos la misericordia de Jehová!" (Salmo 107:43). 87

Dios nos habla también en su Palabra. En ella tenemos en líneas más claras la revelación de su carácter, de su trato con los hombres y de la gran obra de la redención. En ella se nos presenta la historia de los patriarcas y profetas y de otros hombres santos de la antigüedad. Ellos eran hombres sujetos "a las mismas debilidades que nosotros" (Santiago 5:17). Vemos cómo lucharon entre descorazonamientos como los nuestros, cómo cayeron bajo tentaciones como hemos caído nosotros y, sin embargo, cobraron nuevo valor y vencieron por la gracia de Dios; y recordándolos, nos animamos en nuestra lucha por la justicia. Al leer el relato de los preciosos sucesos que se les permitió experimentar, la luz, el amor y la bendición que les tocó gozar y la obra que hicieron por la gracia a ellos dada, el espíritu que los inspiró enciende en nosotros un fuego de santo celo y un deseo de ser como ellos en carácter y de andar con Dios como ellos. 

Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento - y ¡cuánto más cierto es esto acerca del Nuevo! - : “Ellas son las que dan testimonio de mí" (Juan 5: 39), el Redentor, Aquel en quien vuestras esperanzas de vida eterna se concentran. Sí, la Biblia entera nos habla de Cristo. Desde el primer relato de la creación, de la cual se dice: “Sin él nada de lo que es hecho, fue hecho" (Juan 1:3), hasta la última promesa: “¡He aquí, yo vengo presto!" (Apocalipsis 22: 12)  leemos acerca de sus obras y escuchamos su voz. Si deseáis conocer al Salvador, estudiad las Santas Escrituras.

88 Llenad vuestro corazón de las palabras de Dios. Son el agua viva que apaga vuestra sed. Son el pan vivo que descendió del cielo. Jesús declara: “A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros" Y al explicarse, dice: "Las palabras que yo os he hablado espíritu y vida son" 
(Juan 6:53, 63). Nuestros cuerpos viven de lo que comemos y bebemos; y lo que sucede en la vida natural sucede en la espiritual: lo que meditamos es lo que da tono y vigor a nuestra naturaleza espiritual.

El tema de la redención es un tema que los ángeles desean escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos durante las interminables edades de la eternidad. ¿No es un pensamiento digno de atención y estudio ahora? La Infinita misericordia y el amor de Jesús, el sacrificio hecho en nuestro favor, demandan de nosotros la más seria y solemne reflexión. Debemos espaciarnos en el carácter de nuestro querido Redentor e Intercesor. Debemos meditar sobre la misión de Aquel que vino a salvar a su pueblo de sus pecados. Cuando contemplemos así los asuntos celestiales, nuestra fe y amor serán más fuertes y nuestras oraciones más aceptables a Dios, porque se elevarán siempre con más fe y amor. Serán inteligentes y fervientes. Habrá una confianza constante en Jesús y una experiencia viva y diaria en su poder de salvar completamente a todos los que van a Dios por medio de él.

A medida que meditemos en la perfección del Salvador, desearemos ser enteramente 89 transformados y renovados conforme a la imagen de su pureza. Nuestra alma tendrá hambre y sed de ser hecha como Aquel a quien adoramos. Mientras más concentremos nuestros pensamientos en Cristo, más hablaremos de él a otros y lo representaremos ante el mundo.

La Biblia no fue escrita solamente para el hombre erudito; al contrario, fue destinada a la gente común. Las grandes verdades necesarias para la salvación están presentadas con tanta claridad como la luz del mediodía; y nadie equivocará o perderá el camino, salvo los que sigan su juicio privado en vez de la voluntad divina tan claramente revelada.

No debemos conformarnos con el testimonio de ningún hombre en cuanto a lo que enseñan las Santas Escrituras, sino que debemos estudiar las palabras de Dios por nosotros mismos. Si dejamos que otros piensen por nosotros, nuestra energía quedará mutilada y limitadas nuestras aptitudes. Las nobles facultades del alma pueden perder tanto por no ejercitarse en temas dignos de su concentración, que lleguen a ser incapaces de penetrar la profunda significación de la Palabra de Dios. La inteligencia se desarrollará si se emplea en investigar la relación de los asuntos de la Biblia, comparando texto con texto y lo espiritual con lo espiritual.

No hay ninguna cosa mejor para fortalecer la inteligencia que el estudio de las Santas Escrituras. Ningún libro es tan potente para elevar los pensamientos, para dar vigor a las facultades, como las grandes y ennoblecedoras verdades de la Biblia. 

Si se estudiara la Palabra de Dios como se debe, los hombres tendrían 90 una grandeza de espíritu, una nobleza de carácter y una firmeza de propósito, que raramente pueden verse en estos tiempos.

No se saca sino un beneficio muy pequeño de una lectura precipitada de las Sagradas Escrituras. Uno puede leer toda la Biblia y quedarse, sin embargo, sin ver su belleza o comprender su sentido profundo y oculto. Un pasaje estudiado hasta que su significado nos parezca claro y evidentes sus relaciones con el plan de la salvación, es de mucho más valor que la lectura de muchos capítulos sin un propósito determinado y sin obtener ninguna instrucción positiva. 

Tened vuestra Biblia a mano, para que cuando tengáis oportunidad la leáis; retened los textos en vuestra memoria. Aún al ir por la calle, podéis leer un pasaje y meditar en él hasta que se grabe en la mente.

No podemos obtener sabiduría sin una atención verdadera y un estudio con oración. Algunas porciones de la Santa Escritura son en verdad demasiado claras para que se puedan entender mal; pero hay otras cuyo significado no es superficial, para que se vea a primera vista. Se debe comparar pasaje con pasaje. De haber un escudriñamiento cuidadoso y una reflexión acompañada de oración. Y tal estudio será abundantemente recompensado. Como el minero descubre vetas de precioso metal ocultas debajo de la superficie de la tierra, así también el que perseverantemente escudriña la Palabra de Dios buscando sus tesoros ocultos, encontrará verdades del mayor valor, que se ocultan de la vista del investigador descuidado. 

Las palabras de la inspiración, examinadas en el alma, serán 91 como ríos de agua que manan de la fuente de la vida. Nunca se debe estudiar la Biblia sin oración. Antes de abrir sus páginas debemos pedir la iluminación del Espíritu Santo, y ésta nos será dada. Cuando Natanael vino a Jesús, el Salvador exclamó: “He aquí verdaderamente un israelita, en quien no hay engaño. Dícele Natanael: ¿De dónde me conoces? Jesús respondió y dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (Juan 1: 47, 48). Así también nos verá Jesús en los lugares secretos de oración, si lo buscamos para que nos dé luz para saber lo que es la verdad. Los ángeles del mundo de luz estarán con los que busquen con humildad de corazón la dirección divina.  

El Espíritu Santo exalta y glorifica al Salvador. Es su oficio presentar a Cristo, la pureza de su justicia y la gran salvación que tenemos por él. Jesús dice: El "tomará de lo mío, y os lo anunciará' (Juan 16: 14). El Espíritu de verdad es el único maestro eficaz de la verdad divina. ¡Cuánto no estimará Dios a la raza humana, siendo que dio a su Hijo para que muriese por ella y manda su Espíritu para que sea el maestro y continuo guía del hombre! 92

(El Camino a Cristo de EGW)



domingo, 4 de marzo de 2018

09. “El Gozo de la Colaboración” EL CAMINO A CRISTO/EGW

 
DIOS es la fuente de vida, luz y gozo para el universo. Como los rayos de la luz del sol, como las corrientes de agua que brotan de un manantial vivo, las bendiciones descienden de él a todas sus criaturas. Y dondequiera que la Vida de Dios esté en el corazón de los hombres, inundará a otros de amor y bendición. El gozo de nuestro Salvador se cifraba en levantar y redimir a los hombres caídos. Para lograr este fin no consideró su vida como cosa preciosa, mas sufrió la cruz menospreciando la ignominia. Así los ángeles están siempre empeñados en trabajar por la felicidad de otros. Este es su gozo. 

Lo que los corazones egoístas considerarían un servicio degradante, servir a los que son infelices, y bajo todo aspecto inferiores a ellos en carácter y jerarquía, es la obra de los ángeles exentos de pecado.

 El espíritu de amor y abnegación de Cristo es el espíritu que llena los cielos y es la misma esencia de su gloria. Este es el espíritu que poseerán los discípulos de Cristo, la obra que harán. Cuando el amor de Cristo está guardado en el corazón, como dulce fragancia no puede ocultarse. Su santa influencia será percibida por todos aquellos con quienes nos relacionemos. 

El espíritu de Cristo en el corazón es como un manantial en un desierto, que se derrama para refrescarlo todo y despertar, en los 77 que ya están por perecer, ansias de beber del agua de la vida. El amor a Jesús se manifestará por el deseo de trabajar, como él trabajó, por la felicidad y elevación de la humanidad. Nos inspirará amor, ternura y simpatía por todas las criaturas que gozan del cuidado de nuestro Padre celestial. 

La vida terrenal del Salvador no fue una vida de comodidad y devoción a sí mismo, sino que trabajó con un esfuerzo persistente, ardiente, infatigable por la salvación de la perdida humanidad. Desde el pesebre hasta el Calvario, siguió la senda de la abnegación y no procuró estar libre de tareas arduas, duros viajes y penosísimo cuidado y trabajo. Dijo: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20: 28). 

Tal fue el gran objeto de su vida. Todo lo demás fue secundario y accesorio. Fue su comida y bebida hacer la voluntad de Dios y acabar su obra. No había amor propio ni egoísmo en su trabajo. 

Así también los que son participantes de la gracia de Cristo están dispuestos a hacer cualquier sacrificio a fin de que aquellos por los cuales él murió tengan parte en el don celestial. Harán cuanto puedan para que el mundo sea mejor por su permanencia en él. Este espíritu es el fruto seguro del alma verdaderamente convertida. 

Tan pronto como viene uno a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de hacer conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús; la verdad salvadora y 78 santificadora no puede permanecer encerrada en el corazón. Si estamos revestidos de la justicia de Cristo y rebosamos de gozo por la presencia de su Espíritu, no podremos guardar silencio. 

Si hemos probado y visto que el Señor es bueno, 
tendremos algo que decir a otros.  

Como Felipe cuando encontró al Salvador, invitaremos a otros a ir a él. Procuraremos hacerles presente los atractivos de Cristo y las invisibles realidades del mundo venidero. Anhelaremos ardientemente seguir en la senda que recorrió Jesús y desearemos que los que nos rodean puedan ver al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29). Y el esfuerzo por hacer bien a otros se tornará en bendiciones para nosotros mismos. 

Este fue el designio de Dios, al darnos una parte que hacer en el plan de la redención. El ha concedido a los hombres el privilegio de ser hechos participantes de la naturaleza divina y de difundir a su vez bendiciones para sus hermanos. Este es el honor más alto y el gozo más grande que Dios pueda conferir a los hombres. Los que así participan en trabajos de amor, se acercan más a su Creador. 

Dios podría haber encomendado el mensaje del Evangelio, y toda la obra del ministerio de amor, a los ángeles del cielo. Podría haber empleado otros medios para llevar a cabo su obra. Pero en su amor infinito quiso hacernos colaboradores con él, con Cristo y con los ángeles, para que participásemos de la bendición, del gozo y de la elevación espiritual que resultan de este abnegado ministerio. 79 Somos inducidos a simpatizar con Cristo, asociándonos a sus padecimientos. 

Cada acto de sacrificio personal por el bien de otros robustece el espíritu de caridad en el corazón y lo une más fuertemente al Redentor del mundo, quien, "siendo él rico, por vuestra causa se hizo pobre, para que vosotros, por medio de su pobreza, llegaseis a ser ricos' (2 Corintios 8: 9). 
Y solamente cuando cumplimos así el designio que Dios tenía al crearnos, puede la vida ser una bendición para nosotros. 

Si trabajáis como Cristo quiere que sus discípulos trabajen y ganen almas para él, sentiréis la necesidad de una experiencia más profunda y de un conocimiento más grande de las cosas divinas y tendréis hambre y sed de justicia. Abogaréis con Dios y vuestra fe se robustecerá; y vuestra alma beberá en abundancia de la fuente de la salud. El encontrar oposición y pruebas os llevará a la Biblia y a la oración. Creceréis en la gracia y en el conocimiento de Cristo y adquiriréis una rica experiencia. 

El trabajo desinteresado por otros da al carácter profundidad, firmeza y amabilidad parecidas a las de Cristo; trae paz y felicidad al que lo realiza. Las aspiraciones se elevan. No hay lugar para la pereza o el egoísmo. Los que de esta manera ejerzan las gracias cristianas crecerán y se harán fuertes para trabajar por Dios. Tendrán claras percepciones espirituales, una fe firme y creciente y un acrecentado poder en la oración. El Espíritu de Dios, que mueve su espíritu, pone en juego las sagradas 80 armonías del alma, en respuesta al toque divino. Los que así se consagran a un esfuerzo desinteresado por el bien de otros, están obrando ciertamente su propia salvación. 

El único modo de crecer en la gracia es haciendo desinteresadamente la obra que Cristo ha puesto en nuestras manos: comprometernos, en la medida de nuestra capacidad, a ayudar y beneficiar a los que necesitan la ayuda que podemos darles. 

La fuerza se desarrolla con el ejercicio; la actividad es la misma condición de la vida. Los que se esfuerzan en mantener una vida cristiana aceptando pasivamente las bendiciones que vienen por la gracia, sin hacer nada por Cristo, procuran simplemente vivir comiendo sin trabajar. 

Pero el resultado de esto, tanto en el mundo espiritual como en el temporal, es siempre la degeneración y decadencia. El hombre que rehusara ejercitar sus miembros pronto perdería todo el poder de usarlos.  

También el cristiano que no ejercita las facultades que Dios le ha dado, no solamente dejará de crecer en Cristo, sino que perderá la fuerza que tenía.

 La iglesia de Cristo es el agente elegido por Dios para la salvación de los hombres. Su misión es extender el Evangelio por todo el mundo. Y la obligación recae sobre todos los cristianos. Cada uno de nosotros, hasta donde lo permitan sus talentos y oportunidades, tiene que cumplir con la comisión del Salvador. El amor de Cristo que nos ha sido revelado nos hace deudores a cuantos no lo conocen. Dios nos dio luz no sólo para nosotros sino para que la derramemos sobre ellos. 81 Si los discípulos de Cristo comprendiesen su deber, habría mil heraldos del Evangelio a los gentiles donde hoy hay uno. 

Y todos los que no pudieran dedicarse personalmente a la obra, la sostendrían con sus recursos, simpatías y oraciones. Y habría de seguro más ardiente trabajo por las almas en los países cristianos. No necesitamos ir a tierras de paganos, ni aún dejar el pequeño círculo del hogar, si es ahí a donde el deber nos llama a trabajar por Cristo. Podemos hacer esto en el seno del hogar, en la iglesia, entre aquellos con quienes nos asociamos y con quienes negociamos. 

Nuestro Salvador pasó la mayor parte de su vida terrenal trabajando pacientemente en la carpintería de Nazaret. Los ángeles ministradores servían al Señor de la vida mientras caminaba con campesinos y labradores, desconocido y no honrado. El estaba cumpliendo su misión tan fielmente mientras trabajaba en su humilde oficio, como cuando sanaba a los enfermos o caminaba sobre las olas tempestuosas del mar de Galilea. 

Así, en los deberes más humildes y en las posiciones mas bajas de la vida, podemos andar y trabajar con Jesús. El apóstol dice: “Cada uno permanezca para con Dios en aquel estado en que fue llamado" (1 Corintios 7: 24).
 El hombre de negocios puede dirigir sus negocios de un modo que glorifique a su Maestro por su fidelidad. Si es verdadero discípulo de Cristo, pondrá en práctica su religión en todo lo que haga y revelará a los hombres el espíritu de Cristo. El obrero manual puede ser un diligente y fiel representante de Aquel 82 que se ocupó en los trabajos humildes de la vida entre las colinas de Galilea. Todo aquel que lleva el nombre de Cristo debe obrar de tal modo que los otros, viendo sus buenas obras, sean inducidos a glorificar a su Creador y Redentor. 

Muchos se excusan de poner sus dones al servicio de Cristo porque otros poseen mejores dotes y ventajas. Ha prevalecido la opinión de que solamente los que están especialmente dotados tienen que consagrar sus habilidades al servicio de Dios. 

Muchos han llegado a la conclusión de que el talento se da sólo a cierta clase favorecida, excluyendo a otros que, por supuesto, no son llamados a participar de las faenas ni de los galardones. Mas no lo indica así la parábola. Cuando el Señor de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno su trabajo. Con espíritu amoroso podemos ejecutar los deberes más humildes de la vida "como para el Señor" (Colosenses 3:23).

 Si tenemos el amor de Dios en nuestro corazón, se manifestará en nuestra vida. El suave olor de Cristo nos rodeará y nuestra influencia elevará y beneficiará a otros. No debéis esperar mejores oportunidades o habilidades extraordinarias para empezar a trabajar por Dios. No necesitáis preocuparos en lo más mínimo de lo que el mundo dirá de vosotros. 

Si vuestra vida diaria es un testimonio de la pureza y sinceridad de vuestra fe y los demás están convencidos de vuestros deseos de hacerles bien, vuestros esfuerzos no serán enteramente perdidos. 83 

Los más humildes y más pobres de los discípulos de Jesús pueden ser una bendición para otros. Pueden no echar de ver que están haciendo algún bien especial, pero por su influencia inconsciente pueden derramar bendiciones abundantes que se extiendan y profundicen, y cuyos benditos resultados no se conozcan hasta el día de la recompensa final. 

Ellos no sienten ni saben que están haciendo alguna cosa grande. No necesitan cargarse de ansiedad por el éxito. Tienen solamente que seguir adelante con tranquilidad, haciendo fielmente la obra que la providencia de Dios indique, y su vida no será inútil. Sus propias almas crecerán cada vez más a la semejanza de Cristo; son colaboradores de Dios en esta vida, y así se están preparando para la obra más elevada y el gozo sin sombra de la vida venidera. 84

(El Camino a Cristo de EGW)