viernes, 8 de febrero de 2013

06. “Maravillas Obradas por la Fe” (Arrepentimiento, Confesión y Perdón) EL CAMINO A CRISTO


A MEDIDA que vuestra conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo habéis visto algo de la perversidad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miráis con aborrecimiento. Veis que el pecado os ha separado de Dios y que estáis bajo la servidumbre del poder del mal. Cuanto más lucháis por escaparos, tanto más comprendéis vuestra impotencia. Vuestros motivos son impuros, vuestro corazón está corrompido. Veis que vuestra vida ha estado colmada de egoísmo y pecado. Ansiáis ser perdonados, limpiados y libertados.

 ¿Qué podéis hacer para obtener la armonía con Dios y la semejanza a él? 
Lo que necesitáis es paz: el perdón, la paz y el amor del cielo en el alma. 

No se los puede comprar con dinero, la inteligencia no los puede obtener, la sabiduría no los puede alcanzar; nunca podéis esperar conseguirlos por vuestro propio esfuerzo. Mas Dios os lo ofrece como un don, "sin dinero y sin precio" (Isaías 55: 1). Son vuestros, con tal que extendáis la mano para tomarlos. El Señor dice: "¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!" (Isaías 1: 18) "También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros" (Ezequiel 36: 26). 50

Habéis confesado vuestros pecados y los habéis quitado de vuestro corazón. Habéis resuelto entregaros a Dios. Id pues a él y pedidle que os limpie de vuestros pecados y os dé un corazón nuevo. Creed que lo hará porque lo ha prometido. Esta es la lección que Jesús enseñó durante el tiempo que estuvo en la tierra: que debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete y que es nuestro. Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver, inspirándoles así confianza en él tocante a las cosas que no podían ver, induciéndolos a creer en su poder de perdonar pecados. Establece esto claramente en el caso del paralítico: "Mas para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): ¡Levántate, toma tu cama y vete a tu casa!" (S. Mateo 9: 6). 

Así también Juan el evangelista, al hablar de los milagros de Cristo, dice: "Estas empero han sido escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" 
(Juan 20:31). 

 Del simple relato de la Biblia de cómo Jesús sanaba a los enfermos podemos aprender algo acerca del modo de ir a Cristo para que nos perdone nuestros pecados. Veamos ahora el caso del paralítico de Betesda. Este pobre enfermo estaba imposibilitado; no había usado sus miembros por treinta y ocho años. Con todo, Jesús le dijo: "¡Levántate, alza tu camilla, y anda!" El paralítico podría haber dicho: "Señor, si me sanas primero, obedeceré tu palabra". Pero no; creyó a la palabra de Cristo, 51 creyó que estaba sano, e hizo el esfuerzo en seguida; quiso andar y anduvo. Confió en la palabra de Cristo y Dios le dio el poder. 

Así quedó completamente sano. Así también tú eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Más Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo. Crees en esa promesa. Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Quieres servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa, si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suplirá el hecho; estás sano, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que había sido sanado. Así es si así lo crees. No esperes sentir que estás sano, mas di: "Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido". Dice Jesús: "Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis" (S. Marcos 11: 24). 

Hay una condición en esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos de pecado, hacernos hijos suyos y ponernos en actitud de vivir una vida santa. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Es nuestro privilegio ir a Jesús para que nos limpie, y estar en pie delante de la ley sin confusión ni remordimiento. "Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:1). 52 De modo que ya no sois vuestros; porque comprados sois por precio. "Sabiendo que fuisteis redimidos, . . . no con cosas corruptibles, como plata y oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado". (1 S. Pedro 1: 18, 19) 

Por el simple hecho de creer en Dios, el Espíritu Santo ha engendrado una vida nueva en vuestro corazón. Sois como un niño nacido en la familia de Dios, y él os ama como a su Hijo. Ahora bien, ya que os habéis consagrado a Jesús, no volváis atrás, no os separéis de él, mas todos los días decid: "Soy de Cristo; pertenezco a él"; y pedidle que os dé su Espíritu y que os guarde por su gracia. Puesto que es consagrándoos a Dios y creyendo en él como sois hechos sus hijos, así también debéis vivir en él. Dice el apóstol: "De la manera, pues que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él" (Colosenses 2: 6). Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. 

Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza. 53 Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús les perdona personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es el privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. 

Alejad la sospecha de que las promesas de Dios no son para vosotros. Son para todo pecador arrepentido. Cristo ha provisto fuerza y gracia para que los ángeles ministradores las lleven a toda alma creyente. Ninguno hay tan malvado que no encuentre fuerza, pureza y justicia en Jesús, que murió por los pecadores. El está esperándolos para cambiarles los vestidos sucios y corrompidos del pecado por las vestiduras blancas de la justicia; les da vida y no perecerán.

 Dios no nos trata como los hombres se tratan entre sí. Sus pensamientos son pensamientos de misericordia, de amor y de la más tierna compasión. El dice: "¡Deje el malo su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, porque es grande en perdonar!" "He borrado, como nublado, tus transgresiones, y como una nube tus pecados". (Isaías 55: 7; 44: 22)

 "No me complazco en la muerte del que muere, dice Jehová el Señor: ¡volveos pues, y vivid!" (Ezequiel 18: 32). 
Satanás está pronto para quitarnos la bendita seguridad que Dios nos da. Desea quitarnos toda vislumbre de esperanza y todo rayo de luz del alma; mas no se lo permitáis. No prestéis oído al tentador, antes decid: "Jesús ha muerto para que yo viva. Me ama y no 54 quiere que perezca. Tengo un Padre celestial muy compasivo; y aunque he abusado de su amor, aunque he disipado las bendiciones que me ha dado, me levantaré e iré a mi Padre y le diré: "¡Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: haz que yo sea como uno de tus jornaleros!" En la parábola vemos cómo será recibido el extraviado: "Y estando todavía lejos, le vio su padre; y conmoviéronsele las entrañas; y corrió, y le echó los brazos al cuello, y le besó'
(Lucas 15:18 - 20). 

 Más aún esta parábola, tan tierna y conmovedora, es apenas un reflejo de la compasión de nuestro Padre celestial. El Señor declara por su profeta: "Con amor eterno te he amado, por tanto te he extendido mi misericordia' (Jeremías 31: 3). Cuando el pecador está aún lejos de la casa de su padre desperdiciando su hacienda en un país extranjero, el corazón del Padre se compadece de él; y cada deseo profundo de volver a Dios, despertado en el alma, no es sino la tierna invitación de su Espíritu, que insta, ruega y atrae al extraviado al seno amorosísimo de su Padre. 

Con tan preciosas promesas bíblicas delante de vosotros, ¿podéis dar lugar a la duda? ¿Podéis creer que cuando el pobre pecador desea volver, desea abandonar sus pecados, el Señor le impide decididamente que venga arrepentido a sus pies? ¡Fuera con tales pensamientos! 

Nada puede destruir más vuestra propia alma que tener tal concepto de vuestro Padre celestial. El aborrece el pecado, mas ama al pecador, 55 habiéndose dado, en la persona de Cristo, para que todos los que quieran puedan ser salvos y tener bendiciones eternas en el reino de gloria. ¿Qué lenguaje más tierno o más fuerte podría haberse empleado que el elegido por él para expresar su amor hacia nosotros? El declara: "¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante, de modo que no tenga compasión del hijo de sus entrañas? ¡Aún las tales le pueden olvidar; mas no me olvidaré yo de ti!' (Isaías 49: 15). 

Alzad la vista los que vaciláis y tembláis; porque Jesús vive para interceder por nosotros. Agradeced a Dios por el don de su Hijo amado y pedid que no haya muerto en vano por vosotros. Su Espíritu os invita hoy. Id con todo vuestro corazón a Jesús y demandad sus bendiciones. 

Cuando leáis las promesas, recordad que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El gran corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. "En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados" (Efesios 1: 7). Sí, creed tan sólo que Dios es vuestro ayudador. El quiere restituir su imagen moral en el hombre. Acercaos a él con confesión y arrepentimiento y él se acercará a vosotros con misericordia y perdón. 56

(El Camino a Cristo de E.G. White)

05. “La Consagración” (Todo El Corazón O Nada) EL CAMINO A CRISTO


LA PROMESA de Dios es: "Me buscaréis y me hallaréis 
cuando me buscaréis de todo vuestro corazón" 
(Jeremías 29: 13). 

Debemos dar a Dios todo el corazón o, de otra manera, el cambio que se ha de efectuar en nosotros, y por el cual hemos de ser transformados conforme a su semejanza, jamás se realizará. Por naturaleza estamos enemistados con Dios. El Espíritu Santo describe nuestra condición en palabras como éstas: "Muertos en las transgresiones y los pecados" (Efesios 2: 1), "la cabeza toda está ya enferma, el corazón todo desfallecido", "no queda ya en él cosa sana" (Isaías 1: 5, 6). Estamos enredados fuertemente en los lazos de Satanás, por el cual hemos "sido apresados para hacer su voluntad" (2 Timoteo 2: 26). 

Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero, puesto que esto demanda una transformación completa y la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a él enteramente. La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás hayamos tenido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios. 43 El gobierno de Dios no está fundado en una sumisión ciega y en una reglamentación irracional, como Satanás quiere hacerlo aparecer. Al contrario, apela al entendimiento y la conciencia. "¡Venid, pues, y arguyamos juntos!" (Isaías 1: 18) , es la invitación del Creador a todos los seres que ha formado. Dios no fuerza la voluntad de sus criaturas. El no puede aceptar un homenaje que no se le dé voluntaria e inteligentemente. 

Una sumisión meramente forzada impedirá todo desarrollo real del entendimiento y del carácter: haría del hombre un mero autómata. No es ése el designio del Creador. El desea que el hombre, que es la obra maestra de su poder creador, alcance el mas alto desarrollo posible. Nos presenta la gloriosa altura a la cual quiere elevarnos mediante su gracia. Nos invita a entregarnos a él a fin de que pueda hacer su voluntad en nosotros. A nosotros nos toca decidir si queremos ser libres de la esclavitud del pecado para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 

 Al consagrarnos a Dios, debemos necesariamente abandonar todo aquello que nos separe de él. Por esto dice el Salvador: "Así, pues, cada uno de vosotros que no renuncia a todo cuanto posee, no puede ser mi discípulo" (S. Lucas 14: 33). Debemos dejar todo lo que aleje el corazón de Dios. 

Los tesoros son el ídolo de muchos. El amor al dinero y el deseo de las riquezas son la cadena de oro que los tienen sujetos a Satanás. Otros adoran la reputación y los honores 44 del mundo. Una vida de comodidad egoísta, libre de responsabilidad, es el ídolo de otros. Mas deben romperse estos lazos de servidumbre. No podemos consagrar una parte de nuestro corazón al Señor y la otra al mundo. 

No somos hijos de Dios a menos que lo seamos enteramente. Hay algunos que profesan servir a Dios a la vez que confían en sus propios esfuerzos para obedecer su ley, formar un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por ningún sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que tratan de ejecutar los deberes de la vida cristiana como una cosa que Dios demanda de ellos, a fin de ganar el cielo. Tal religión no vale nada. Cuando Cristo mora en el corazón, el alma está tan llena de su amor, del gozo de su comunión, que se une a él, y pensando en él, se olvida de sí misma. 

El amor de Cristo es el móvil de la acción. Aquellos que sienten el constructivo amor de Dios no preguntan cuánto es lo menos que pueden darle para satisfacer los requerimientos de Dios; no preguntan cuál es la más baja norma aceptada, sino que aspiran a una vida de completa conformidad con la voluntad de su Salvador. Con ardiente deseo entregan todo y manifiestan un interés proporcionado al valor del objeto que buscan.

 El profesar pertenecer a Cristo sin sentir amor profundo, es mera charla, árido formalismo, gravosa y vil tarea. ¿Creéis que es un sacrificio demasiado grande dar todo a Cristo? Haceos a vosotros mismos la pregunta: 
"¿Qué ha dado Cristo por mí? " 45 El Hijo de Dios dio todo para nuestra redención: la vida, el amor y los sufrimientos. ¿Y es posible que nosotros, seres indignos de tan grande amor, rehusemos entregarle nuestro corazón?  

Cada momento de nuestra vida hemos sido participantes de las bendiciones de su gracia, y por esta misma razón no podemos comprender plenamente las profundidades de la ignorancia y la miseria de que hemos sido salvados. ¿Es posible que veamos a Aquel a quien traspasaron nuestros pecados y continuemos, sin embargo, menospreciando todo su amor y su sacrificio? Viendo la humillación infinita del Señor de gloria, ¿murmuraremos porque no podemos entrar en la vida sino a costa de conflictos y humillación propia? 

Muchos corazones orgullosos preguntan: "¿Por qué necesitamos arrepentirnos y humillarnos antes de poder tener la seguridad de que somos aceptados por Dios?" Mirad a Cristo. En él no había pecado alguno y, lo que es más, era el Príncipe del cielo; mas por causa del hombre se hizo pecado. "Con los transgresores fue contado: y él mismo llevó el pecado de muchos, y por los transgresores intercedió" (Isaías 53: 12). 

 ¿Y qué abandonamos cuando damos todo? Un corazón corrompido para que Jesús lo purifique, para que lo limpie con su propia sangre y para que lo salve con su incomparable amor. ¡Y sin embargo, los hombres hallan difícil dejarlo todo! Me avergüenzo de oírlo decir y de escribirlo. 46 Dios no nos pide que dejemos nada de lo que es para nuestro mayor provecho retener. En todo lo que hace, tiene presente la felicidad de sus hijos. Ojalá que todos aquellos que no han elegido seguir a Cristo pudieran comprender que él tiene algo muchísimo mejor que ofrecerles que lo que están buscando por sí mismos. El hombre hace el mayor perjuicio e injusticia a su propia alma cuando piensa y obra de un modo contrario a la voluntad de Dios. Ningún gozo real puede haber en la senda prohibida por Aquel que conoce lo que es mejor y proyecta el bien de sus criaturas. 

El camino de la transgresión es el camino de la miseria y la destrucción. Es un error dar cabida al pensamiento de que Dios se complace en ver sufrir a sus hijos. Todo el cielo está interesado en la felicidad del hombre. Nuestro Padre celestial no cierra las avenidas del gozo a ninguna de sus criaturas. Los requerimientos divinos nos llaman a rehuir todos los placeres que traen consigo sufrimiento y contratiempos, que nos cierran la puerta de la felicidad y del cielo. 

El Redentor del mundo acepta a los hombres tales como son, con todas sus necesidades, imperfecciones y debilidades; y no solamente los limpiará de pecado y les concederá redención por su sangre, sino que satisfará el anhelo de todos los que consientan en llevar su yugo y su carga. Es su designio impartir paz y descanso a todos los que acudan a él en busca del pan de la vida. Solamente demanda de nosotros que cumplamos los deberes que guíen nuestros pasos a las alturas de la felicidad, a las cuales los 47 desobedientes nunca pueden llegar. 

La verdadera vida de gozo del alma es tener a Cristo, la esperanza de gloria, modelado en ella. Muchos dicen: "¿Cómo me entregaré a Dios?" Deseáis hacer su voluntad, mas sois moralmente débiles, sujetos a la duda y dominados por los hábitos de vuestra mala vida. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de araña. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados debilita vuestra confianza en vuestra propia sinceridad y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar.

 Lo que necesitáis comprender es la verdadera fuerza de la voluntad. Este es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre: el poder de decidir o de elegir. Todas las cosas dependen de la correcta acción de la voluntad. Dios ha dado a los hombres el poder de elegir; depende de ellos el ejercerlo. No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis elegir servirle. Podéis darle vuestra voluntad, para que él obre en vosotros, tanto el querer como el hacer, según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en él y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con él.

 Desear ser bondadosos y santos es rectísimo; pero si sólo llegáis hasta allí de nada os valdrá. Muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de 48 dar su voluntad a Dios. No eligen ser cristianos ahora. Por medio del debido ejercicio de la voluntad, puede obrarse un cambio completo en vuestra vida. Al dar vuestra voluntad a Cristo. Os unís con el poder que está sobre todo principado y potestad. Tendréis fuerza de lo alto para sosteneros firmes, y rindiéndoos así constantemente a Dios seréis fortalecidos para vivir una vida nueva, es a saber, la vida de la fe. 49 

(El Camino a Cristo de E.G. White)

04. “Para Obtener la Paz Interior” (¿Será Necesario Hacer Penitencias?) EL CAMINO A CRISTO


"EL QUE encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia" (Proverbios 28: 13). 

Las condiciones para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de los pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestra transgresión; mas el que confiesa su pecado y se aparta de él, alcanzará misericordia. El apóstol dice: "Confesad pues vuestros pecados los unos a los otros, y orad los unos por los otros, para que seáis sanados" (Santiago 5: 16). Confesad vuestros pecados a Dios, quien sólo puede perdonarlos, y vuestras faltas unos a otros. Si has dado motivo de ofensa a tu amigo o vecino, debes reconocer tu falta, y es su deber perdonarte libremente. 

Debes entonces buscar el perdón de Dios, porque el hermano a quien has ofendido pertenece a Dios y al perjudicarlo has pecado contra su Creador y Redentor. Debemos presentar el caso delante del único y verdadero Mediador, nuestro gran Sumo Sacerdote, que "ha sido tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin pecado" que es capaz de 37 compadecerse de nuestras flaquezas" (Hebreos 4: 15) y es poderoso para limpiarnos de toda mancha de pecado. Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios.

 La única razón porque no obtenemos la remisión de nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro corazón y a cumplir con las condiciones de la Palabra de verdad. Se nos dan instrucciones explícitas tocante a este asunto. La confesión de nuestros pecados, ya sea pública o privada, debe ser de corazón y voluntaria. No debe ser arrancada al pecador. No debe hacerse de un modo ligero y descuidado o exigirse de aquellos que no tienen real comprensión del carácter aborrecible del pecado. La confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita. El salmista dice: "Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu contrito" (Salmo 34: 18). 

La verdadera confesión es siempre de un carácter específico y declara pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios. Pueden ser males que deben confesarse individualmente a 38 los que hayan sufrido daño por ellos; pueden ser de un carácter público y, en ese caso, deberán confesarse públicamente. Toda confesión debe hacerse definida y al punto, reconociendo los mismos pecados de que seáis culpables. 

En los días de Samuel los israelitas se extraviaron de Dios. Estaban sufriendo las consecuencias del pecado; porque habían perdido su fe en Dios, el discernimiento de su poder y su sabiduría para gobernar a la nación y su confianza en la capacidad del Señor para defender y vindicar su causa. Se apartaron del gran Gobernante del universo y quisieron ser gobernados como las naciones que los rodeaban. Antes de encontrar paz hicieron esta confesión explícita: "Porque a todos nuestros pecados hemos añadido esta maldad de pedir para nosotros un rey" (1 Samuel 12: 19). Tenían que confesar el mismo pecado del cual estaban convencidos. Su ingratitud oprimía sus almas y los separaba de Dios. 

Dios no acepta la confesión sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe haber un cambio decidido en la vida; toda cosa que sea ofensiva a Dios debe dejarse. Esto será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado. Se nos presenta claramente la obra que tenemos que hacer de nuestra parte: "¡Lavaos, limpiaos; apartad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos; cesad de hacer lo malo; aprended a hacer lo bueno; buscad lo justo; socorred al oprimido; mantened el derecho del huérfano defended la causa de la viuda!" (Isaías 1: 16, 17) "Si el inicuo devolviere la prenda, restituyere lo robado, 39 y anduviere en los estatutos de la vida, sin cometer iniquidad, ciertamente vivirá; no morirá" (Ezequiel 33: 15). 

San Pablo dice, hablando de la obra de arrepentimiento: "Pues, he aquí, esto mismo, el que fuisteis entristecidos según Dios, ¡qué solícito cuidado obró en vosotros! y qué defensa de vosotros mismos! y ¡qué indignación! y ¡qué temor! y ¡qué ardiente deseo! y ¡qué celo! y ¡qué justicia vengativa! En todo os habéis mostrado puros en este asunto" (2 Corintios 7: 11). 

 Cuando el pecado ha amortiguado la percepción moral, el injusto no discierne los defectos de su carácter, ni comprende la enormidad del mal que ha cometido y, a menos que ceda al poder convincente del Espíritu Santo, permanecerá parcialmente ciego sin percibir su pecado. Sus confesiones no son sinceras ni de corazón. Cada vez que reconoce su maldad trata de excusar su conducta declarando que si no hubiese sido por ciertas circunstancias, no habría hecho esto o aquello, de lo que se lo reprueba. 

Después de que Adán y Eva hubieron comido de la fruta prohibida, los embargó un sentimiento de vergüenza y terror. Al principio solamente pensaban en cómo podrían excusar su pecado y escapar de la terrible sentencia de muerte. Cuando el Señor les habló tocante a su pecado, Adán respondió, echando la culpa en parte a Dios y en parte a su compañera: "La mujer que pusiste aquí conmigo me dio del árbol, y comí". La mujer echó la culpa a la serpiente, diciendo: "La serpiente me engañó, y comí" (Génesis 3: 12, 13) ¿Por qué hiciste la serpiente? ¿Por 40 qué le permitiste que entrase en el Edén? 

Esas eran las preguntas implicadas en la excusa de su pecado, haciendo así a Dios responsable de su caída. El espíritu de justificación propia tuvo su origen en el padre de la mentira y ha sido exhibido por todos los hijos e hijas de Adán. Las confesiones de esta clase no son inspiradas por el Espíritu divino y no serán aceptables para Dios. 

El arrepentimiento verdadero induce al hombre a reconocer su propia maldad, sin engaño ni hipocresía. 

Como el pobre publicano que no osaba ni aun alzar sus ojos al cielo, exclamará: "Dios, ten misericordia de mí, pecador", y los que reconozcan así su iniquidad serán justificados, porque Jesús presentará su sangre en favor del alma arrepentida.

 Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión sin excusa por el pecado, ni intento de justificación propia. 

San Pablo no procura defenderse; pinta su pecado como es, sin intentar atenuar su culpa. Dice: "Lo cual también hice en Jerusalén, encerrando yo mismo en la cárcel a muchos de los santos habiendo recibido autorización de parte de los jefes de los sacerdotes; y cuando se les daba muerte, yo echaba mi voto contra ellos. Y castigándolos muchas veces, por todas las sinagogas, les hacia fuerza para que blasfemasen; y estando sobremanera enfurecido contra ellos, iba en persecución de ellos hasta las ciudades extranjeras". (Hechos 26: 10, 11). Sin vacilar declara: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de los cuales yo soy el primero" 
(1 Timoteo 1: 15). 41

El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad' (1 S. Juan 1: 9). 

(El Camino a Cristo de E.G. White)