Son muchas las formas en que Dios está procurando dársenos a conocer y
ponernos en comunión con él.
La naturaleza habla sin cesar a nuestros sentidos.
El corazón que está preparado quedará impresionado por el amor y la gloria de
Dios tal como se revelan en las obras de sus manos. El oído atento puede
escuchar y entender las comunicaciones de Dios por las cosas de la naturaleza.
Los verdes campos, los elevados árboles, los botones y las flores, la nubecilla
que pasa, la lluvia que cae, el arroyo que murmura, las glorias de los cielos,
hablan a nuestro corazón y nos invitan a conocer a Aquel que lo hizo todo.
Nuestro Salvador entrelazó sus preciosas
lecciones con las cosas de la naturaleza. Los árboles, los pájaros, las flores,
los valles, las colinas, los lagos y los hermosos cielos, así como los
incidentes y las circunstancias de la vida diaria, fueron todos ligados a las
palabras de verdad, a fin de que sus lecciones fuesen así traídas a menudo a la
memoria, aún en medio de los cuidados de la vida de trabajo del hombre.
Dios quiere que sus hijos aprecien sus obras y
se deleiten en la sencilla y tranquila hermosura con que él ha adornado nuestra
morada terrenal. El es amante de lo bello y, sobre todo, ama la belleza del
carácter, que es más 85 atractiva que todo lo externo; y quiere que cultivemos
la pureza y la sencillez, las gracias características de las flores.
Si tan sólo queremos escuchar, las obras que
Dios ha hecho nos enseñarán lecciones preciosas de obediencia y confianza. Desde las estrellas que en su
carrera por el espacio sin huellas siguen de siglo en siglo sus sendas
asignadas, hasta el átomo más pequeño, las cosas de la naturaleza obedecen a la
voluntad del Creador. Y Dios cuida y sostiene todas las cosas que ha creado. El
que sustenta los innumerables mundos diseminados por la inmensidad, también
tiene cuidado del gorrioncillo que entona sin temor su humilde canto.
Cuando los
hombres van a su trabajo o están orando; cuando descansan o se levantan por la
mañana; cuando el rico se sacia en el palacio, o cuando el pobre reúne a sus
hijos alrededor de su escasa mesa, el Padre celestial vigila tiernamente a
todos. No se derraman lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él
pase inadvertida.
Si creyéramos plenamente esto, toda ansiedad
indebida desaparecería. Nuestras vidas no estarían tan llenas de desengaños
como ahora; porque cada cosa, grande o pequeña, debe dejarse en las manos de
Dios, quien no se confunde por la multiplicidad de los cuidados, ni se abruma
por su peso. Gozaríamos entonces del reposo del alma al cual muchos han sido
por largo tiempo extraños.
Cuando vuestros sentidos se deleiten en la
amena belleza de la tierra, pensad en el mundo venidero que nunca conocerá
mancha de pecado 86 ni de muerte; donde la faz de la naturaleza no llevará más
la sombra de la maldición. Que vuestra imaginación represente la morada de los
justos y entonces recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la
más brillante imaginación. En los variados dones de Dios en la naturaleza no
vemos sino el reflejo más pálido de su gloria. Está escrito: “¡Cosas que ojo no
vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano - las cosas
grandes que ha preparado Dios para los que le aman!" (1 Cor. 2:9).
El poeta y el naturalista tienen muchas cosas
que decir acerca de la naturaleza, pero es el cristiano el que más goza de la
belleza de la tierra, porque reconoce la obra de la mano de su Padre y percibe
su amor en la flor, el arbusto y el árbol. Nadie que no los mire como una
expresión del amor de Dios al hombre puede apreciar plenamente la significación
de la colina ni del valle, del río ni del mar.
Dios nos habla mediante sus obras
providenciales y por la influencia de su Espíritu Santo en el corazón. En
nuestras circunstancias y ambiente, en los cambios que suceden diariamente en
torno nuestro, podemos encontrar preciosas lecciones, si tan sólo nuestros
corazones están abiertos para recibirlas.
El salmista, trazando la obra de la Providencia divina,
dice: “La tierra está llena de la misericordia de Jehová" (Salmo 33: 5).
"¡Quien sea sabio, observe estas cosas; y consideren todos la misericordia
de Jehová!" (Salmo 107:43). 87
Dios nos habla también en su Palabra. En ella
tenemos en líneas más claras la revelación de su carácter, de su trato con los
hombres y de la gran obra de la redención. En ella se nos presenta la historia
de los patriarcas y profetas y de otros hombres santos de la antigüedad. Ellos
eran hombres sujetos "a las mismas debilidades que nosotros"
(Santiago 5:17). Vemos cómo lucharon entre descorazonamientos como los
nuestros, cómo cayeron bajo tentaciones como hemos caído nosotros y, sin embargo,
cobraron nuevo valor y vencieron por la gracia de Dios; y recordándolos, nos
animamos en nuestra lucha por la justicia. Al leer el relato de los preciosos
sucesos que se les permitió experimentar, la luz, el amor y la bendición que
les tocó gozar y la obra que hicieron por la gracia a ellos dada, el espíritu
que los inspiró enciende en nosotros un fuego de santo celo y un deseo de ser
como ellos en carácter y de andar con Dios como ellos.
Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo
Testamento - y ¡cuánto más cierto es esto acerca del Nuevo! - : “Ellas son las
que dan testimonio de mí" (Juan 5: 39), el Redentor, Aquel en quien
vuestras esperanzas de vida eterna se concentran. Sí, la Biblia entera nos habla de
Cristo. Desde el primer relato de la creación, de la cual se dice: “Sin él nada
de lo que es hecho, fue hecho" (Juan 1:3), hasta la última promesa: “¡He
aquí, yo vengo presto!" (Apocalipsis 22: 12) leemos acerca de sus obras y escuchamos su
voz. Si deseáis conocer al Salvador, estudiad las Santas Escrituras.
88 Llenad vuestro corazón de las palabras de
Dios. Son el agua viva que apaga vuestra sed. Son el pan vivo que descendió del
cielo. Jesús declara: “A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y
bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros" Y al explicarse, dice:
"Las palabras que yo os he hablado espíritu y vida son"
(Juan 6:53, 63). Nuestros cuerpos viven de lo que comemos y bebemos; y lo que sucede en
la vida natural sucede en la espiritual: lo que meditamos es lo que da tono y
vigor a nuestra naturaleza espiritual.
El tema de la redención es un tema que los
ángeles desean escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos durante
las interminables edades de la eternidad. ¿No es un pensamiento digno de
atención y estudio ahora? La
Infinita misericordia y el amor de Jesús, el sacrificio hecho
en nuestro favor, demandan de nosotros la más seria y solemne reflexión.
Debemos espaciarnos en el carácter de nuestro querido Redentor e Intercesor.
Debemos meditar sobre la misión de Aquel que vino a salvar a su pueblo de sus
pecados. Cuando contemplemos así los asuntos celestiales, nuestra fe y amor
serán más fuertes y nuestras oraciones más aceptables a Dios, porque se
elevarán siempre con más fe y amor. Serán inteligentes y fervientes. Habrá una
confianza constante en Jesús y una experiencia viva y diaria en su poder de
salvar completamente a todos los que van a Dios por medio de él.
A medida que meditemos en la perfección del
Salvador, desearemos ser enteramente 89 transformados y renovados conforme a la
imagen de su pureza. Nuestra alma tendrá hambre y sed de ser hecha como Aquel a
quien adoramos. Mientras más concentremos nuestros pensamientos en Cristo, más
hablaremos de él a otros y lo representaremos ante el mundo.
La Biblia no fue escrita solamente
para el hombre erudito; al contrario, fue destinada a la gente común. Las
grandes verdades necesarias para la salvación están presentadas con tanta
claridad como la luz del mediodía; y nadie equivocará o perderá el camino,
salvo los que sigan su juicio privado en vez de la voluntad divina tan
claramente revelada.
No debemos conformarnos con el testimonio de
ningún hombre en cuanto a lo que enseñan las Santas Escrituras, sino que
debemos estudiar las palabras de Dios por nosotros mismos. Si dejamos que otros
piensen por nosotros, nuestra energía quedará mutilada y limitadas nuestras
aptitudes. Las nobles facultades del alma pueden perder tanto por no
ejercitarse en temas dignos de su concentración, que lleguen a ser incapaces de
penetrar la profunda significación de la Palabra de Dios. La inteligencia se desarrollará
si se emplea en investigar la relación de los asuntos de la Biblia, comparando texto
con texto y lo espiritual con lo espiritual.
No hay ninguna cosa mejor para fortalecer la
inteligencia que el estudio de las Santas Escrituras. Ningún libro es tan
potente para elevar los pensamientos, para dar vigor a las facultades, como las
grandes y ennoblecedoras verdades de la Biblia.
Si se estudiara la Palabra de Dios como se
debe, los hombres tendrían 90 una grandeza de espíritu, una nobleza de carácter
y una firmeza de propósito, que raramente pueden verse en estos tiempos.
No se saca sino un beneficio muy pequeño de
una lectura precipitada de las Sagradas Escrituras. Uno puede leer toda la Biblia y quedarse, sin
embargo, sin ver su belleza o comprender su sentido profundo y oculto. Un
pasaje estudiado hasta que su significado nos parezca claro y evidentes sus
relaciones con el plan de la salvación, es de mucho más valor que la lectura de
muchos capítulos sin un propósito determinado y sin obtener ninguna instrucción
positiva.
Tened vuestra Biblia a mano, para que cuando tengáis oportunidad la
leáis; retened los textos en vuestra memoria. Aún al ir por la calle, podéis
leer un pasaje y meditar en él hasta que se grabe en la mente.
No podemos obtener sabiduría sin una atención
verdadera y un estudio con oración. Algunas porciones de la Santa Escritura
son en verdad demasiado claras para que se puedan entender mal; pero hay otras
cuyo significado no es superficial, para que se vea a primera vista. Se debe
comparar pasaje con pasaje. De haber un escudriñamiento cuidadoso y una
reflexión acompañada de oración. Y tal estudio será abundantemente
recompensado. Como el minero descubre vetas de precioso metal ocultas debajo de
la superficie de la tierra, así también el que perseverantemente escudriña la Palabra de Dios buscando
sus tesoros ocultos, encontrará verdades del mayor valor, que se ocultan de la
vista del investigador descuidado.
Las palabras de la inspiración, examinadas
en el alma, serán 91 como ríos de agua que manan de la fuente de la vida. Nunca se debe estudiar la Biblia sin oración. Antes
de abrir sus páginas debemos pedir la iluminación del Espíritu Santo, y ésta
nos será dada. Cuando Natanael vino a Jesús, el Salvador exclamó: “He aquí
verdaderamente un israelita, en quien no hay engaño. Dícele Natanael: ¿De dónde
me conoces? Jesús respondió y dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera, te vi" (Juan 1: 47, 48). Así también nos verá
Jesús en los lugares secretos de oración, si lo buscamos para que nos dé luz
para saber lo que es la verdad. Los ángeles del mundo de luz estarán con los
que busquen con humildad de corazón la dirección divina.
El Espíritu Santo exalta y glorifica al
Salvador. Es su oficio presentar a Cristo, la pureza de su justicia y la gran
salvación que tenemos por él. Jesús dice: El "tomará de lo mío, y os lo
anunciará' (Juan 16: 14). El Espíritu de verdad es el único maestro eficaz
de la verdad divina. ¡Cuánto no estimará Dios a la raza humana, siendo que dio
a su Hijo para que muriese por ella y manda su Espíritu para que sea el maestro
y continuo guía del hombre! 92
(El Camino a Cristo de EGW)
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